Crónicas desde la ciudad

Cementerio de Belén (y III): Puesta en servicio y escándalos

  • Frente al Campo de los Mártires -en el lado opuesto del cauce seco de la rambla- se sucedieron cuevas y caleras, balsas, cauces y canteras o polvorines de dinamita

Cementerio de Belén, plano

Cementerio de Belén, plano

Bajo el dominio galo el proceso administrativo de construcción del primer cementerio civil concluyó en el trienio 1810-1812. En ese periodo el Intendente francés en Granada emitió un bando por el que se prohibía sepultar en las iglesias. Tras su puesta en servicio, el de Belén cubrió las necesidades poblacionales hasta diciembre de 1867, año en el que inauguraron el de San José. La desacralización y “monda” (retirada y traslado) de restos cadavéricos bajo tierra llegó a su fin en 1875.  

El plano de Pérez de Rozas (1864) lo señala en el Barrio de las Huertas, adscrito a la parroquia de San Sebastián extramuros. Antes, en 1837, siendo Joaquín de Vílches jefe Político de la Provincia, en sus proximidades alzaron el primer monumento dedicado a Los Coloraos, por el color de las casacas que lucían los desembarcados en Almería, procedentes de Gibraltar, en su frustrado intento de derrocar a Fernando VII. Apresados por las tropas realistas, una veintena de expedicionarios fueron fusilados en agosto de 1824, <de rodillas y por la espalda>, en el descampado del Reducto (al pie de la Alcazaba) y enterrados en una zanja del cementerio parroquial de San Juan. A la muerte del tirano, sus cadáveres fueron inhumados en el antedicho cenotafio. Tras vicisitudes varias, en plena posguerra las cenizas de aquellos liberales serían depositadas subrepticiamente (1948) en el actual de San José. Inscritos con el nombre de Mártires de la Libertad, fueron localizados en el registro general de la necrópolis por la investigadora Carmen Ravassa. Se trata del nicho 52, 4ª fila de la serie nº 23. 

En la margen derecha de la Rambla (antes de ser encauzada a consecuencia de la terrible riada sufrida el 11 de septiembre de 1891), en el espacio que hoy ocupa la iglesia de San Ildefonso y el grupo de viviendas <Plaza de Toros>, el obispo José Mª Orberá acomodó en 1876 a las Siervas de María, congregación fundada por Soledad Torres Acosta; estas utilizaron como capilla la primitiva ermita antes de ocupar el convento-iglesia de San Blas. En julio de 1936 el edificio fue incendiado y expoliado por una muchedumbre furiosa e irresponsable. Un centenar de metros al sur, la planimetría de Pérez de Rozas anota las callejuelas de El Suspiro y La Galera -en las que se alineaban modestas viviendas obreras, de puerta y ventana-, a la que se sumó la trasversal de Almotacín y plazoleta distribuidora que configuró el mínimo núcleo de Los Cortijillos; zona donde se estableció el almacén de trapería, chatarra y papel-cartón de Francisco Delgado “El Pellejero”; una fábrica de harinas y la boca de entrada a los refugios antiaéreos. Hasta aquí trasladaron el Frontón Vizcaíno, habilitado décadas atrás en el desaparecido coso taurino de Belén, solar de los actuales Jardinillos proyectados por Trinidad Cuartara para el empresario Guillermo López Rull. En el lado opuesto, antesala de La Molineta: bancales, balsas y cauce del canal San Indalecio, cuevas, caleras y canteras; polvorines, depósitos de dinamita y fincas-chalet de Pío Abdón, Góngora y Abad Capella. 

Cenotafio de los Coloraos Cenotafio de los Coloraos

Cenotafio de los Coloraos

La burra sacrílega 

A finales del siglo XIX el Ayuntamiento remitió al Juzgado diversas denuncias vertidas en la prensa: peleas, borracheras y actos deshonestos, ya referidos al vigente de San José. Veamos este y otros sucedidos. De prosa amena y despojada de morbo, aparecidos e historias truculentas contadas por abuelas al calor del hogar, el amigo Jesús Pozo editó “De cuerpo presente” (La Esfera de los Libros, 2011). Sólo cabe un “pero”: no haberle dedicado un capítulo a cualquiera de los cinco cementerios almerienses. Bien podía haberlo titulado “La burra sacrílega”, o algo similar. Y es que resulta difícil entender que un lugar tan respetable fuese tan poco respetado. Son frecuentes las páginas de periódicos que en el último tercio de la centuria denunciaron pillajes, abusos, escándalos y, lo que es más grave: tráfico ilegal de nichos promovido por sepultureros y el propio capellán.

Ello llevó a no permitir durante años la entrada indiscriminada al recinto, salvo durante los sepelios, con autorización especial o los tres primeros días del mes de noviembre. Sorpresivamente, en lugar de depurar tales denuncias, en febrero de 1883 el Municipio llevó a los tribunales al diario El Porvenir, por calumnias. Ignoro los derroteros del contencioso, no obstante, los actos vandálicos continuaron en la necrópolis. Un incidente menor –de los varios reseñables- sería el siguiente: “Anteayer se había permitido la entrada al cementerio de San José de algunos animalejos, convirtiendo tan respetado recinto en un verdadero establo… “. Puesto que llovía sobre mojado, la comisión sanitaria nombrada para esclarecer los hechos expuso sus conclusiones en el pleno del 4 de febrero de 1889. Valga una aclaratoria precisión: la capilla y vivienda del sacerdote disfrutaba de entrada independiente. Del dossier facilitado al Juzgado de Instrucción resumo lo más significativo: 

  1. Que dentro del recinto se encontró una burra pastando. Pollina que según los sepultureros pertenecía al capellán Francisco González, quien desde antiguo insistía en tan insólita costumbre.
  2. Que los enterradores autorizados con anterioridad por el cura Portas y tolerado por el actual capellán, cometían chapuzas denunciables. Por ejemplo: pasar ataúdes por la puerta de la capilla e introducirlos en nichos preferentes sin autorización del Ayuntamiento, mediante retribución de los interesados.
  3. Que para realizar estos abusos eran extraídos otros cadáveres que ya tenían pagada la propiedad, desapareciendo sin que se supiese dónde iban a parar.
  4. Que la mujer del cochero del carro fúnebre, conocida por La Lumbana, se dedicaba sistemáticamente a la venta de ropas y alhajas pertenecientes a los difuntos, a quienes despojaba de ellas.

Nicho Mártires de la Libertad Nicho Mártires de la Libertad

Nicho Mártires de la Libertad

Bando municipal

No es de extrañar por tanto que transcurrida más de media centuria el alcalde Navarro Gay dictase, en octubre 1944. un bando prohibiendo o limitando el libre tránsito por la ciudad de los muertos. Regidor que, en otro orden de cosas, pasó a la intrahistoria local como autor de la demolición del “pingurucho” de Los Coloraos y su desaparición de la Plaza Vieja: 

 “Hago saber: Que durante los días 1 y 2 de noviembre próximo, conmemoración de Todos los Santos y Día de los Difuntos, se permitirá la libre entrada al recinto del cementerio de San José durante las horas de sol

Y con el fin de que los visitantes al sagrado recinto puedan dedicar piadoso recuerdo a sus deudos y llorar por ellos, con el orden y respeto debido, se dicta la siguiente norma de buen gobierno:

No se permitirá la entrada al Cementerio, ni la permanencia en el mismo, a personas embriagadas o que lleven bebidas, alimentos o utensilios impropios e inadecuados al objeto de la visita”.

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