Con las texturas analógicas y los tonos otoñales de un indeterminado pasado reciente, Esto va a doler se propone como relato levemente distópico sobre la naturaleza del amor a partir de una simpática premisa no exenta de cierto repelús: las parejas que quieran acreditar y certificar si su amor es verdadero, pueden pasar por un Instituto donde, tras una serie de pruebas preparatorias, un test final determina su grado de compatibilidad a partir de la extracción de una uña de la mano de cada miembro.

La cinta que escribe y dirige el griego Christos Nikou (Apples) la asume con espíritu retro y juega con ella hasta donde puede con la complicidad del tono naif de sus protagonistas, unos Jessie Buckley y Riz Ahmed que, empleados en el instituto, asumen poco a poco una atracción mutua que cuestiona las certezas de sus respectivas vidas sentimentales.

Esto va a doler traslada a un cálido pasado predigital y de canciones pop todo el proceso de algoritmización, perdonen el palabro, que rige hoy los designios 3.0 de las relaciones amorosas, en una apuesta por reescribir con autoconciencia irónica y cierta elegancia indie los códigos y clichés de la comedia romántica.

Simpática en su primer tercio, la película se resiente empero de un cierto estancamiento en su desarrollo, no digamos ya de un previsible desenlace, en su insistencia en recordarnos que el azar y lo imponderable siempre son más poderosos que cualquier diseño informático, cualquier match genético o que el dolor de perder una uña.