ERNESTO MARÍN | Hijo del fundador de Muñecas Marín

Ernesto Marín: "Hablamos de muñecas, pero son esculturas en miniatura"

Ernesto Marín, ex alcalde de Chiclana de la Frontera e hijo del fundador de la Fábrica de Muñecas Marín

Ernesto Marín, ex alcalde de Chiclana de la Frontera e hijo del fundador de la Fábrica de Muñecas Marín / Juan Carlos Vázquez

Ernesto Marín es la viva imagen de un legado familiar que consiguió traspasar todas las fronteras para convertirse en el icono de un país. Es hijo del empresario José Marín Verdugo, quién se las ingenió y buscó recursos donde no los había para crear la Fábrica de Muñecas Marín en Chiclana de la Frontera. Durante los 86 años de actividad de la factoría empleó a más de un centenar de trabajadores para dar forma a unas esculturas en miniatura que dieron la vuelta al mundo. Nueve años después del cierre de este centro de trabajo, las muñecas de Marín han revivido, gracias al nuevo anuncio de Cruzcampo, para reivindicar el orgullo de sus orígenes.

-En 1928, su padre creó la Fábrica de Muñecas Marín en Chiclana de la Frontera. ¿Que supuso esta factoría a nivel nacional, pero sobre todo a nivel local?

–Primero habría que decir que mi padre fundó un taller familiar. A nivel local, siempre he dicho que la Fábrica de Muñecas Marín hay que estudiarla desde un punto sociológico y pensando en el contexto del municipio de Chiclana en 1928. Prácticamente la mujer no trabajaba, lo hacía en las casas o tenía que irse a Cádiz para servir. A partir de los años 30, todas esas mujeres encuentran trabajo. Se trató de un hecho totalmente inédito y sociológicamente fue sumamente importante en esta localidad. Mi padre era una persona que venía de una familia humilde. Que un chico de veintipocos años irrumpiera en el pueblo y empezara a colocar mujeres hizo que la gente de cierto postín se alarmara un poco. A partir de ahí, comenzó a trabajar más gente conforme avanzaron los años. La fábrica llegó a tener una plantilla de 150 trabajadores.

-¿Qué tipos de labores se hacían en la fábrica?

–De todo. Tenemos que pensar que una muñeca es como un traje. Hay que cortar las telas y hacer los arreglos para sus vestidos. Pero también pintarlas o formar los cuerpos. Durante los primeros años, se utilizaban tejidos rellenos de serrín y las caras empezaron a hacerse con barro hasta que llegó el plástico en los años 60. Al principio, este material era brillante cuando salía del molde, pero la piel no lo es. Mi padre era una persona muy perfeccionista y se inventó una especie de bombo en el que se introducía tierra de la playa para quitar ese brillo. Hablamos de muñecas, pero en realidad eran esculturas en miniatura. 

-De hecho se convirtieron en un icono.

–Mucha gente me pregunta si vamos a volver y siempre pienso que las muñecas nunca se han ido. Nacieron, se reprodujeron y siguen vivas. Cogí la fábrica en el 83 y, como en todas las empresas, hubo dientes de sierra. Llegó un momento en el que aquellos que pensaban que era un artículo de segunda o un cliché se convencieron de que la sociedad las había admitido como algo muy profundo. Empezaron a aparecer en anticuarios de Estados Unidos o de Holanda. Hasta la gente dice que el emoji de la flamenca es una muñeca de Marín. Es más conocida de lo que nosotros mismos podíamos creer.

-Tuvo una actividad constante durante 86 años hasta que cesó en 2014. ¿A qué se debió este cierre?

–China se lo ha comido todo. No existe un solo fabricante de producto español en nuestro mercado. Ni abanicos, ni botijos, ni camisetas, ni tazas. Por un tema de precios era, y sigue siendo, imposible. Los chinos empezaron a fabricar, a exportar y ahora tienen las tiendas. El productor occidental no tiene espacio y no puede entrar en el círculo. Por otro lado, coincidió con que el mercado nacional empezó a moverse con profundidad y estaban hartos de ver las muñecas o abanicos. De hecho, empezamos a fabricar otro tipo de souvenirs para este público. 

–Ahora se está reivindicando el producto artesano nacional y también el andaluz. ¿Cree que atiende a una moda?

–Sí, es una moda pasajera. No me creo que todo lo que se esté vendiendo sea español. Habrá gente a la que le guste la artesanía española, pero no lo paga. Hacer una muñeca de este tipo necesitaba tener mucha maquinaria, montar las distintas piezas y los diferentes tejidos realizados a mano. El precio que alcanza este proceso no se puede pagar. Algunos románticos sí lo hacen.

–¿Qué supone para la familia que haya vuelto al imaginario gracias al anuncio de Cruzcampo?

–Lo hemos vivido con suma emoción. Recuerdo que fui a Madrid a ver la muñeca gigante de Callao y no solté ni las maletas. Cuando la tuve delante, me puse a pensar en mi padre, en mi madre y en mi hermana. Además, me acompañaron dos de mis hijas, mi mujer y mi hermano Antonio. No me podía creer lo que estaba viendo. Para nosotros es muy importante, porque mi padre fue un hombre humilde que se fue a Madrid a buscarse la vida, se quedó sin dinero y se le ocurrió hacer una muñeca de trapo. Las primeras las vendió en la Plaza Mayor. Y mi madre, que tenía callos en las manos de cortar los trajes uno a uno. O mi hermana, que fue otra de las almas creativas. Representa la historia de una familia.

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