Adiós, inocente

Vivimos en una sociedad donde la inocencia -o al menos su garantía jurídica- está cada vez más amenazada por las leyes

Es probable que nadie sepa que hoy es el día de los inocentes. Y más probable aún es que nadie sepa explicar por qué se celebra la fiesta de los inocentes, sobre todo si se trata de gente joven que se ha criado en las selectas aulas de Instagram y TikTok. Por desgracia, todo lo que se relacione con la tradición cristiana está desapareciendo de nuestra memoria, y si no se trata de Navidad y Semana Santa, los demás acontecimientos relacionados con los Evangelios están desvaneciéndose sin dejar rastro. Si preguntáramos en la calle a los adolescentes que escuchan reguetón quién fue el rey Herodes y qué pasó con los niños de Belén, estoy seguro de que poquísimos sabrían decirnos nada. Pero esta leyenda -porque todo parece indicar que es una leyenda- es uno de los retratos más despiadados que se han hecho nunca sobre el ejercicio despótico del poder. Ni siquiera en Juego de tronos se ha llegado a inventar la historia de un reyezuelo que ordenara matar a todos los niños de un pueblo para evitar que uno de ellos pudiera llegar a sustituirlo en el trono. No hay un simbolismo más descarnado para definir la locura del poder, la ebriedad malsana del poder.

Y los inocentes también me interesan porque vivimos en una época -pasado el paréntesis liberal que cubre la segunda mitad del siglo XX y una década del XXI- en que hemos empezado a vivir en una sociedad donde la inocencia -o al menos la garantía jurídica de la inocencia- está cada vez más amenazada por leyes y decretos y normativas y conductas muy interiorizadas. Basta darse una vuelta por Twitter para ver que vivimos rodeados de fanáticos que sueñan con linchar a alguien -quien sea- a cuenta de sus pecados. Entre nosotros se ha instalado la sospecha permanente que nos convierte en criminales "en potencia", a la espera del momento fatal en que cometamos un delito que merezca un castigo fulminante. Y casi nadie está libre de ser considerado sospechoso según las nuevas categorías morales que se van imponiendo en las universidades (y que poco a poco se van infiltrando en la sociedad): por ser varones, por ser blancos, por ser inmigrantes, por ser ricos, por ser mujeres, por ser pobres, por ser jóvenes, por ser viejos, por ser silenciosos, por ser ruidosos, por ser… lo que sea. Nadie está a salvo. Nos guste o no, todos somos sospechosos. Adiós, santos inocentes, adiós.

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