En alguna ocasión he tenido alguna reflexión sobre la desconexión total entre el derecho y la justicia. Y otras veces hemos referido alguna crítica sobre la poca relación entre la justicia y la ética. En ambos casos la realidad social aparece antagónica y en segundo plano respecto a los intereses del derecho, como entidad independiente que gestiona sus recursos para sobrevivir. No obstante, en estos días he constatado algo aún peor a estas dos reflexiones: el derecho de este país es anacrónico. Véase lo siguiente: la ley de enjuiciamiento criminal es de 1882, el código civil es de 1889, la ley de puertos es de 1880, el reglamento sobre la propiedad intelectual es de 1880 también, y la ley hipotecaria de 1946, entre otras más. A bote pronto semejante anacronismo parece desconcertante y a la vez preocupante. Para mi al menos. Y hasta podría justificar la poca conexión del derecho con la realidad y a su vez con la ética y la justicia. Pero, aún así, y amén de los sucesivos cambios o parcheamientos efectuados en ellas, esto es muy peligroso: tener una legislación tan trasnochada y en vigor no puede servir para nada. Por eso el sistema legal no da respuesta a la ciudadanía. ¿Cómo lo va a hacer? Y la pregunta sale sola: ¿a ningún partido político se le ha ocurrido actualizar el derecho? Me resulta desconcertante el escaso interés en ello y la excesiva solidaridad con problemas como el independentismo y los másteres académicos. De verdad ¿no hay ningún proyecto, de la casta política que tantas promesas nos hace, para actualizar la legislación anacrónica? Tal vez el problema sea otro: si consideramos que existen intereses creados, en torno a ese anacronismo legal, igual podemos entender ese mínimo interés por conectar el derecho a la realidad social. Pero, en ese caso, ¿qué intereses serían esos? ¿qué personas estarían detrás? Tal vez lo sospechamos todos, aunque yo no voy a decirlo. De todas formas, el caso es que esa es la imagen que damos en el exterior: el de una comunidad que en parte ser rige por leyes del siglo XIX, y que desea seguir haciéndolo; que no ansia a dar soluciones a problemas concretos y que se pierde en un universo enrevesado de jurisprudencias contradictorias que se usan para generar interpretaciones; y que ha forjado un sistema jurídico donde la justicia no existe, nunca ha existido y probablemente no vaya a existir nunca.

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