No es la primera vez que escribo sobre esto y probablemente no sea la última porque me sigue sorprendiendo como la ética solo es un ornamento de nuestra cultura. Tal como un recurso estilístico solo se emplea para dar fuerza a una manifestación artística pero nunca se toma en serio. Ni los creadores de arte tienen en cuenta los valores éticos necesarios para la convivencia, en el proceso de creación, ni cuando se difunde la obra ya creada se hace mirando por el interés general. Y es que está de moda decir que uno tiene valores y que cree en el ser humano a la lumbre de un mechero mientras toma una cerveza pero eso de los valores que lo hagan otros, esos que por ejemplo se preocupan por las deontologías profesionales y los valores humanos, nada que tenga que ver con ese arte personal que uno desea compartir con los demás donde están permitidas todas las licencias. Nos hemos acostumbrado a una estética inmoral, y con esto estoy diciendo que no toma parte por los problemas sociales y que tampoco se gestiona de una forma democrática sino atendiendo o a los egos o a las instituciones. Y todo esto me entristece. Si en teoría el arte acapara el deseo de trascendencia humana en el mundo laico, lo que antes tenía la religión según Gustavo Bueno; si el arte tiene ese anhelo de inmortalidad unamuniano, ¿cómo es posible que no se conciba dicho arte como una fuente de eticidad y en su lugar solo sea un ornamento? Creo por esto que los culturetas necesitan un poco mas de ética en sus vidas; pensar en los demás a la par que en uno mismo; hacer un arte libre sin sesgos; concebir un evento sin pensar en la audiencia; considerar que su obra no es solo una satisfacción sexual sino un arma poderosa que puede hacer que los otros mejoren la sociedad. Aranguren concibió la idea del “estado de justicia”, en el que las instituciones públicas debían generar eticidad en sus gestiones. No estaría mal, siguiendo sus pasos, crear la “cultura de justicia” en la que la gestión del arte llevara implícita una responsabilidad con los demás y no solo con los artistas. Por otro lado existe otra perspectiva. El arte en sí mismo supone una intervención del espacio público. Permitir una intervención sin valores es crear una cultura sin valores en las que las personas no tengan referentes. Una sociedad sin referentes es una sociedad vacía. Y todo esto me apena querido lector.

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