Somos porque fueron

El conocimiento es democrático -nos hace a todos lo más iguales posible- y empodera

Hay La evolución del hombre siempre ha ido precedida de la sangre de sus hijos y de sus hermanos. Poco o nada queda ya de aquello a lo que realmente pertenecemos. Ya no solemos reparar en la verdadera e íntima cuestión que sorprende al ser humano: la Humanidad.

Sin duda alguna, el conocimiento es democracia. Aquellos que ostentan la información creen que tienen el poder y, en efecto, me temo que es así. Solo tenéis que observar cuáles son las materias de transacción de las sociedades que más se codician, para establecer cuáles son los intereses y los conocimientos que hacen falta para poder conseguirlos o extraerlos. Esta afirmación en un plano supranacional se entiende con perfección. Sin embargo, cuando atendemos a los más inmediato, nos damos cuenta que también existen esas íntimas pulsiones del ser. En el ámbito académico, en el plano laboral, en las relaciones interpersonales, etc. Todos articulan la información como parte de su posible poder o como procedimiento para acceder a él. Poder que queda reducido, en un terreno local, a tener capacidad de influencia en su jefe, entre amistades, entre familiares o en un ámbito concreto, ínfimo y paupérrimo. Aunque con datos cuantitativos, si comparamos un marco supranacional con un espacio micro-personal, muchos de los individuos se conforman con los resquicios del poder. Amén de hacer el máximo castigo posible, con tal de obtener el mínimo beneficio asumible. Así es, mi querido lector. El ser humano es una animalico social, pero sobre todo animalico y eso, me temo, nadie lo va a impedir.

El conocimiento es democrático -nos hace a todos lo más iguales posible- y empodera. Brinda capacidades y competencias a aquellos que antes no las tenían. Ya sea a través de la formación académica, moral o ética. O por la profesional, la artística o la que proceda.

Y quizás ahí está uno de los grandes problemas de nuestra sociedad. La falta de generosidad y de inteligencia nos impide crecer y dejar crecer. No crecemos, porque nos acomodamos por una exangüe y torva limosna. Y no dejamos crecer, porque creemos que nos la pueden arrebatar. Sin embargo, el tiempo pasa y nos quedamos atrás, en la misma esquina, con el frío calándonos los huesos y con la espalda pegada a la pared, vigilantes. Mientras que no nos damos cuenta que nuestro propio miedo es quién nos impide avanzar.

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