El Cañarete como paradigma

¿Por qué tanto secreto sobre la evolución de las obras y el tiempo previsto para reabrir una vía de tanto tránsito?

Residir en Aguadulce es para muchos acceder a un discreto paraíso. Sus paseos y comercios, su ocio y playas conservan un halo sereno que hace tiempo cuesta percibir en Almería, apenas a diez kilómetros de distancia. Aunque parezcan treinta cuando el Cañarete está cerrado que, desde hace años, es casi siempre. Y entonces se hace duro tener que programar al detalle el viaje de ir o venir, para evitar esa trampa odiosa que, para los aguadulceños, supone el habitual colapso circulatorio de la autovía A-7 y accesos. Un trasiego que sufrimos cada día residentes, taxistas y miles de usuarios ocasionales sin que nadie nos explique hasta cuándo durará el peregrinar por los cerros en vez de transitar por la costa, cuyo peculiar trazado, puede entenderse tenga problemas de mantenimiento. Cómo no. Pero lo que no es tan fácil de entender, es la bruma informativa que envuelve al curso de las obras, de las que nadie, ni prensa ni munícipes, parecen saber nada cierto. Y claro, la gente se pregunta: ¿Qué razones hay que justifiquen la ausencia de noticias sobre el alcance de los daños y su reparación? ¿Por qué tanto secreto sobre la evolución de las obras y el tiempo previsto para reabrir, temporal o en firme, una vía de tanto tránsito y tan útil como la del Cañarete? Confieso no entenderlo. Así que, a falta de certezas, cabe inferir, justamente, un ánimo ocultador que no es ejemplar, precisamente. Porque ya en parvulitos de democracia se aprende, o debiera enseñarse, que uno de los principios basilares de este sistema es la transparencia del gobierno ante la ciudadanía sobre cómo se gestionan los recursos y obras públicas, porque ese es el medio idóneo para corregir abusos y exigir responsabilidad o aplaudir a quien lo merezca: que sin información no hay democracia que valga, porque quedamos a merced de las chapuzas o agravios comparativos, como en esta tierra ya sabemos de sobra. Un recelo justificado pues, que hoy nos permite calificar la velada gestión informativa sobre el Cañarete como un paradigma esotérico de la función pública: por ese talante de preservar toda la actividad burocrática al albur solo de una minoría selecta de iniciados y prebostes funcionariales o políticos, cuyo proceso ocultan, dosifican o ritualizan a su mejor arbitrio, para sorpresa de los profanos y desconcierto de los ciudadanos rasos, no vaya a ser que lleguemos a saber algo que no convenga o descubramos.., ¿qué?

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