En una brillante reflexión, el escritor José María Segura afirmaba que en este mundo necesitábamos rastreadores de estrellas, soñadores de caminos, alumbradores de un futuro nuevo. Necesitamos ilusionarnos, necesitamos personas que al ver al cielo lean signos y señales nuevas. Y por qué no. Por qué no dejamos a un lado nuestros más oscuros instintos y somos capaces de transformarnos en cazadores de sueños. Por qué no nos comprometemos con la camisa sudada del vecino de enfrente, como dijo el poeta. Por qué no nos despojamos de nuestros miedos y vivimos sin temor. Por qué no dejamos atrás esa maleta pesada que nos atormenta, que nos llena de arena los párpados, el corazón, las manos. Por qué no aspiramos a la belleza de la luz y observamos cómo su haz impacta en la roca y la trasforma en un vibrante metal o en el mismo barro con el que poder hacer el pan de unos labios.

Dicen que la esperanza es un concepto que nace del latín esperare, que es un estado de ánimo optimista, que brota de aquel cuando algo -un sueño, un deseo, una ilusión- se presenta como alcanzable o factible o se convierte en algo que se anhela o se quiere. Yo pienso que no es así. Que la esperanza es el combustible que mueve las estrellas. Que es quien prende la llama en los pechos de los enamorados. Que son los ojos de los niños cuando nacen. Que es ese dios pequeño y oculto que espera en cualquier esquina, cuando perdido entre las calles avanzo, amor, presintiéndote, ajado con el sueño aún tibio de poder besarte una vez más, amor, bajo la luz de tus pupilas. Ahora es el momento -sólo se vive una vez-. Y es en este preciso instante cuando tenemos que empezar a luchar por un nuevo mundo, por un nuevo orden, más justo, más igualitario, más generoso. Para que nuestros hijos no tengan miedo, para que puedan seguir soñando, para poder seguir viviendo, aunque sea entonando el himno de tu cuerpo, amor. Con los labios apretados, con el corazón en la boca, con el alma exhausta, amor, como siempre, cuando llego a casa y núbil vuelvo a amarte. Y es que el mundo siempre nos ofrece sus dones, que no es otro que la vida en sí y el poder compartirla. Porque si un ser humano no es capaz de dar, poco puede ofrecer al resto de sus hermanos -porque todos estamos cortados por la misma costilla, con el mismo dolor, con la misma sustancia: la vida. Porque la esperanza empieza cuando se tiene la total seguridad y confianza que siempre habrá alguien al otro lado del muro esperándonos.

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