Confío en tí

Ese pequeño impulso, esa ínfima sensación que hizo a una minúscula onda capaz de mover la cresta de una ola

Supongamos que, en mitad de la noche, de pronto, sientes entre tus sienes algo. No sabes qué es realmente, pero esa sensación te desinhibe con todo lo que existe a tu alrededor, entras en efecto túnel y vuelves a ver ese resquicio, ese mínimo reflejo de luz en tu interior. Y te das cuenta que aún respiras. Y, por la mañana, vuelves a sentir ese impulso irremediable por seguir despierto, por seguir expirando cada bocanada de aire, por ver cómo tus pulmones se mueven entre tus costillas buscando la onda arrebatada por el viento. Y rozas la sensación de ser imparable. Puedes hacerlo, te dices. Sin importar lo que suceda alrededor, sin tener en cuenta las noches y los días, las victorias y los fracasos, los aciertos y los errores. Dejas la mente en blanco y solo ves ya ese pequeño relámpago que te despertó, que sigue revoloteando por tu pecho como un pájaro infinito sin alas. Síguelo, te dices. Tendré que mantener esa sensación lo máximo posible, apresuras entre tus mandíbulas de metal, para que sirva de impulso y para que sirva de aliciente para seguir avanzando.

Ese pequeño impulso, esa pequeña luz, esa ínfima sensación que hizo a una minúscula onda capaz de mover la cresta de una ola. Así es como se originan los grandes gestos del ser humano. Desde precipitar los labios sobre el rostro de la persona que amas, para cerrarle los párpados, con un beso; hasta llegar a coronar la cima de una remota montaña del mundo, para proclamar que existes. Todo es posible, afirmamos. Sí, todo es posible.

El principio de sinergia es tan importante como la conciencia de saber de su inicio. Nos lleva a un estado emocional en el que predisponemos al cuerpo y a la mente de hacer aquello que se proponga. Los músculos del corazón bombean la chispa, la gota de sangre, la luz a todas las regiones del cuerpo. Extiende la memoria muscular de esa luz y con ellas nuestra inquebrantable voluntad de vencer. Levantamos nuestros cuerpos con las primeras luces del día y avanzamos con él por las calles buscando otro atisbo, otra revelación que mantenga viva ese destello.

Te dejas el alma en todo lo que haces. Aunque con el tiempo te acostumbras a guardar la ropa, a ser previsor, a ponerte el chaleco anti-fragmentos antes de salir a la calle, antes de que llegue la lluvia. Sin embargo, sigues avanzando, implacable. Sigues ese destello, esa certeza, esa incierta sensación que una noche te ha asaltado el pecho y que te proclama todos los días que aún sigues vivo.

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