Diderot en El Ejido

Para proteger la intimidad propia, muy en el fondo lo mejor es ser honesto con uno mismo

Nadie lo sabía, pero llevaba varios años viviendo en esta localidad. Diderot estaba en una casa pequeña en las afueras. Salía poco, razón por la cual desconocían no solo su paradero sino su identidad. Y la verdad, necesitaba ese recogimiento. En su intimidad, no obstante, estaba inmerso en una investigación sobre la máscara social y como el uso de la misma generaba problemas subjetivos. De esa manera podía ampliar su trabajo La paradoja del Comediante, donde planteó, en su día, una tesis interesante sobre la profesión del actor de teatro. En ese libro tuvo una gran reflexión: si para llegar al público había que generar en este una reacción, a cualquier precio, o si la reacción debía sufrirla el actor. En todo caso el control de las emociones era necesario. De cara a la profesión el buen actor era el frio y calculador, el que interpretaba el papel de forma metódica. ¿Pero eso suponía el sacrificio de su identidad? Mirando por la ventana de su casa ejidense reflexionaba sobre esto. ¿Qué hacía más auténtico a una persona? Obviamente la honradez y la hipocresía formaban parte necesaria de la convivencia pero dónde se quedaba la autenticidad, que diría Sartre. Para resolver estas dudas se convirtió en navegante de las redes sociales e interpretó a posta diferentes perfiles, fingiendo quién no era. El objetivo era averiguar hasta qué punto la autenticidad regía el uso de la interpretación. Es decir, cuándo la verdad subjetiva se convertía en un elemento imprescindible para la supervivencia y cuándo esta ponía límites a la hipocresía. Por otro lado a qué personas les pasaba esto en las redes. ¿Por qué algunos en un momento cedían en su interpretación social y se destapaban, arriesgando su prestigio, y por qué a otros no? ¿Qué hacía salir a la autenticidad? De alguna manera llegó a unas conclusiones. La hipocresía era una forma de proteger la intimidad, de ocultar la esfera personal. Por otro lado la autenticidad era una forma de no engañarse a sí mismo. En la hipocresía se corría el riesgo de confundir identidad y personaje interpretado. Lo protegido podía llegar a dejar de estarlo si el interprete devoraba la personalidad de la persona que lo interpretaba. Por eso la autenticidad a quién protegía era a la identidad misma e indirectamente así a la intimidad. De esta manera para proteger la intimidad propia lo mejor era ser auténtico y honesto.

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