Gazpacho didáctico

Pocos días después de sortear el infortunio en una patera, obra el milagro de aprender por una esmerada enseñanza

Llegar en patera a Andalucía y estar en clases un par de semanas después, con la atención prestada por la Cruz Roja y la valiosa y funcional enseñanza de los docentes, debe ser una experiencia singular, que incluso escapa a la imaginación de quienes de algún modo den con sus protagonistas desde esta orilla del mundo. Por eso, conocer los nombres de las frutas y verduras de consumo habitual, el de los colores más comunes, escribir las primeras palabras en español, reconocer las cantidades que expresan los números aplicados al precio de los alimentos en euros, y hasta preparar un buen gazpacho como sopa fría se convierten en un logro factible y motivador porque facilita un nuevo desenvolvimiento tan distinto y distante -no solo físicamente- al que se tenía en los países de origen, en el norte y centro de África.

En las miradas de estas mujeres, porque suelen ser ellas las que forman parte de los grupos que acuden a clases, se cruzan, o se suceden, el brillo de la satisfacción, al experimentarse la capacidad de aprender palabras en otra lengua y escribirlas con caligrafía esmerada, pocas semanas después del primer uso de los lápices como si fueran punzones para deshacer algo, y resultar del todo ajeno el precio de la cesta de la compra, ya que no se conoce otro comercio que el del trueque; y también la impronta del miedo y del terror, cuando las travesías del Estrecho son una sucursal de la muerte que se ceba con la vulnerabilidad de las pateras desvencijadas y levanta el oleaje del infortunio; la contenida tristeza de la añoranza, la atenuada amargura del abandono, cuando los hijos han quedado atrás y se confía en conseguir una regularización que propicie el reagrupamiento; el susto contenido, cuando se temen las maquinaciones mafiosas de quienes sacan oneroso partido de las ansias por buscar un nuevo horizonte que redima de las penalidades sin remedio; y, sí, el guiño hondo del agradecimiento, cuando sus vidas, en pocos días, se han transformado de tan mayúscula manera: solo como muestra, extraña la blanca dureza de las paredes, puesto que solo se conoce el adobe que procura algún sostén al estar bajo techo.Pero la mañana da para un gazpacho didáctico, con una maestra que es artífice del milagro de aprender, obrado en quienes lo anuncian en la mirada.

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