Carta del Director/Luz de cobre

Gota fría: la hora de las ayudas

La Junta de Andalucía ya ha puesto diez millones de euros. Ahora falta que el Gobierno haga lo mismo, para empezar

Pasada la gota fría llega la hora de la valoración de daños, de las visitas precipitadas de dirigentes políticos y de la administración, de las promesas, de los anuncios de planes Mashall, del maná caído del cielo después de la tormenta. Nada que objetar. El paisaje después de la Dana era dantesco. Además de lamentar la muerte de una persona, las imágenes aéreas mostraban desolación y más desolación. Ha llovido lo mismo que en todo un año y en solo unas horas. La definición que más se puede acercar a lo sucedido la daba el presidente de la Diputación, Javier Aureliano García, que con acierto aseguraba que "había carreteras cortadas porque, literalmente, ya no existen" o los turistas alojados en el camping de Cabo de Gata y su angustiosa llamada de socorro para que los rescataran.

Pasado lo peor y cuando el sol luce para secar lodos, las máquinas se afanan en devolver la normalidad a una tierra dañada y los agricultores buscan la póliza de seguros que pueda compensar sus pérdidas, aquellos que la tienen, nos encontramos con la aprobación por parte de la Junta de las primeras ayudas para los afectados, a la espera de que puedan llegar más. No le anduvo a la zaga el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, aunque más cauto, solicitaba paciencia ante una posible declaración de zona catastrófica mientras aprobaba en Consejo de Ministros partidas para tal fin. En situaciones dramáticas como la que viven los afectados, la prisa siempre es mala consejera. Pero eso hay que explicárselo a aquellos que no pueden entrar a sus viviendas porque siguen anegadas, a los miles de afectados por los daños en carreteras o a los agricultores que han visto sus plantaciones de hortalizas, iniciada la campaña, que deben comenzar de nuevo, solicitar nuevos créditos o esperar a la primavera para tratar de recuperar algo de lo mucho perdido. Evaluados los daños llega la hora de actuar más allá de la palmadita en la espalda inicial, de la visita de cortesía o de la promesa apresurada. Ahora que los medios se retiran y que el silencio se impone y cada uno llora su pena, es el tiempo de que la presión permanezca para que aquellos compromisos confirmados y aprobados, de manera más o menos alegre, no caigan en saco roto. No es la primera vez, y tampoco será la última, que los tiempos de la administración para ayudas no caminan a la misma velocidad que las necesidades, perentorias en la mayoría de los casos, de aquellos que han visto como sus ilusiones y su futuro han quedado truncados por la gota fría. Es la hora de acelerar trámites, de buscar los recursos allí donde se encuentren y de trabajar por recuperar la normalidad perdida. Una normalidad que aquellos que llegan a un invernadero y lo ven en el suelo no van a tener hasta transcurrido mucho tiempo. Y sin la llegada del dinero, no será posible.

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