Inteligencia e ignorancia

La curiosidad auténtica es una característica de la inteligencia que lleva a la sensibilidad ante la falta de conocimiento

La inteligencia artificial no es una combinación de palabras con significado opuesto, un oxímoron, pero lo parece. Debe ser así porque el atributo de la inteligencia más resulta de capacidades, habilidades y destrezas personales -congénitas o adquiridas, en distintos grados- que de sofisticados algoritmos resolutorios, aunque incapaces de evitar el error. Sin embargo, la inteligencia artificial presta la valiosa posibilidad de advertir concomitancias, afinidades o relaciones sobre las cuestiones que interesen. Así, se pregunta a la inteligencia artificial (IA) cual si fuese una deidad tecnológica, cuyos oráculos ya no necesitan intermediarios ni lugares sagrados, pues son accesibles por el sencillo portento de un clic. De especial interés resulta, entonces, preguntar a la IA sobre los rasgos propios de las personas inteligentes, ya que así la propia IA se pronuncia precisamente sobre lo que le falta: la natural corporeidad más o menos facultada, más o menos dotada de inteligencia.

También sería buen ejercicio pedir un oráculo a la diligente IA sobre los aspectos que diferencian a los inteligentes de los listos, o si la listeza es un subproducto de la inteligencia cuando se conforman las facultades de los sujetos. De momento, valga considerar qué piensa la IA -si bien esta no piensa, sino que relaciona aplicando algoritmos- sobre las características de las personas inteligentes. Concluir que tienen una curiosidad inagotable no resultaría una novedad, puesto que el afán de conocer acompaña y acrecienta la inteligencia. Aunque un aspecto de esta última sí resulte especialmente atractivo: la curiosidad conlleva ser del todo sensibles a la falta de conocimiento. Sobra decir -o no, y por eso importa decir lo obvio- que tal curiosidad no es la propia de la indiscreta inclinación a enterarse de asuntos y cosas ajenas, para solaz de cotillas y fisgones, sino la propensión a descubrir o aprender lo que no se conoce. De manera que, con estas consideraciones, no es poco inteligente el que no sabe, sino el no concernido, ni afectado, por su propio desconocimiento. Situación que todavía es de mayor alcance e inconveniencia si, además de no preocupar la ignorancia, se alardea de ella como si fuera un mérito, e incluso se consigue el indigno reconocimiento de la fama menos genuina.

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