Y ahora llegó el Grinch. Pero alguien debe decir todas esas cosas que se ocultan a los niños y que deben recordarse a los adultos. La navidad es una campaña para empresas que cotizan en bolsa. Esa es la verdad. La navidad que proviene de la cultura cristiana (no solo religión), se ha utilizado y se utiliza para otras cuestiones diferentes a la transmisión de valores. En realidad es un fenómeno de ventas del que se han aprovechado muchas empresas que incluso la tienen como fuente principal de ingresos. Los valores son ya tan solo adornos navideños que justifican la citada campaña. Apenas queda ese anhelo de inmortalidad de final de año que viene de lo pagano y lo transcendente y que era anterior a la cristiandad. La navidad ya no mejora la sociedad, tan solo la hace más consumista y deshumanizada. De esta gran mentira o fraude moral, hay que tener unas palabras con los que de verdad la demandan ante los oídos sordos de los consumistas. Esos son los niños, los necesitados, las personas que duermen en la calle, los que están en el hospital, los que están solos y desesperados. Estas personas necesitan que alguien les quiera. Y no exigen regalos ni cenas ni encuentros, tan solo un abrazo que conduzca a la lágrima. Si alguien aún cree en ese espíritu cultural, ético, de la navidad, debe situarla en ese contexto y alejarse de las tiendas. A la navidad hay que matarla, deconstruirla y reconstruirla en esencia. Hay que reunirse con quienes le anhelan porque en el fondo están solos. Todo lo demás es una mentira que nos conduce a la abominación. Manuel vive en la calle, duerme sobre un cartón en el centro de Almería. Apenas vive con la caridad de quienes pasan y le arrojan una moneda. Ya no espera nada de la vida, ni de los seres humanos. Ha dejado de creer en la esperanza. Cuando escucha un villancico se ríe porque ya no le quedan lágrimas. Nadie es consciente cuando pasa a su lado de que se siente muy solo y que con sus años eso va a ir a peor. Probablemente si esos seres mitológicos a los que se les venera en estas fiestas se hicieran reales-como en las películas con final feliz-pasarían frente a él y no repararían en su existencia. Pero si eso ocurriera Manuel se levantaría del suelo y les increparía. En su rabia estaría implícita toda la frustración por la gran mentira de la navidad. "Hay que matar a la navidad", diría cabizbajo y ofendido.

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