Oráculo de Moctezuma

Las tontunas disparatadas tienen efectos más perniciosos cuando se ceban en gobernantes alicortos

M UCHO está tardando el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en pedir a los descendientes de los soldados indígenas que, sobre 1520, se aliaron con el ejército español de Hernán Cortes para rendir a los mexicas, a los aztecas, que manifiesten pública y compungida disculpa por su traición. Ya que Hernán Cortés, sin ellos, no se hubiera bastado para rendir a Moctezuma, emperador de los aztecas hecho fuerte en Tenochtitlán (la actual Ciudad de México). Miles de soldados indígenas, los totonacas de Cempoala, los tlaxcaltecas y los habitantes de Cholula, se aliaron con los españoles para librarse de la opresión del emperador de los mexicas. Ya puesto, López Obrador mismo podría ser oráculo de Moctezuma -es más distinguida esta forma que la de escuchar a un pajarito como heraldo- y flagelarse la espalda -decir expresivo- a modo de penitencia y solicitud de perdón por tantos sacrificios rituales como celebró el caudillo de los aztecas. En fin, ningún mortal parece estar libre de la tontuna disparada, pero, cuando se ceba en altos dignatarios, el atropello no solo no pasa desapercibido o no queda sin atención alguna, sino que provoca reacciones sobremanera inconvenientes e injustificables.

Aplicada a las disquisiciones del tiempo, la filosofía advierte el "presentismo" cuando pasado y futuro no tienen entidad o, en el peor de los casos, adquieren significado solo en el tiempo presente. El asincronismo, por otra parte, conlleva una falta de coincidencia temporal en los hechos. Y la reunión de ambas circunstancias, si es que no son una misma, puede explicar -siendo generosos, porque intenciones habrá otras- que López Obrador exija disculpas al Rey de España, Felipe VI, por la conquista de México. Únase la leyenda negra no escrita por los hechos que ocurrieron con las condiciones y en las circunstancias de su tiempo, sino por la interpretación contemporánea de quienes se hacen copartícipes en una máquina del tiempo desquiciada. Adviértase el estratégico discurso de la distracción, para ofuscar el interés con controversias sin más sentido que el de polarizar las reacciones y apartarlas de las causas y los litigios tan del presente como del común de los días. Y cáigase en la cuenta de la instrumentalización, que utiliza argumentos o decisiones para conseguir fines distintos de los que se adoptan con absoluta improcedencia. Todavía más, aplíquese el oído a escuchar, en el eco de los siglos, a voz en grito de Moctezuma y Hernán Cortés hermanados: idiotas.

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