Partidización de la sociedad

La historia enseña que, cuando se fracciona la convivencia tolerante, antes que después, se impone el odio

Acabamos de soportar una campaña electoral en Andalucía y ya nos acecha otro año electoral intenso, por el que asoman, como nublaos, propagandas partidistas que muchos ciudadanos sufriremos saturados de tanta pamplina y fogosidad esparcida entre tanto discurso huero de candidatos más centrados en descalificar al resto que en justificar sus programas. Cual títeres de un frívolo márquetin electoralista que acaso no sea imputable solo, aunque también, a la mediocridad del candidato, como a la vulgaridad ideológica que campa entre unas elites partitocráticas que imponen quien sale, o no, en las listas y las arengas a divulgar. Un panorama que no por conocido, deberíamos seguir admitiendo tal cual, al menos sin censurar. Decía Adela Cortina, conferenciando en la Universidad d'Estiu de Gandía, que les resumo por abreviar, que a nuestros partidos políticos habría que pedirle, como mínimo, tres cosas: la primera que se democraticen y respeten el pluralismo interno para contagiarlo a la sociedad, usando mecanismos como listas abiertas, que no garantizan que conozcamos a los candidatos, vale, pero que menguan el riesgo de que se imponga a quien solo se distingue por la obediencia ciega; la segunda es que los partidos sometan su propaganda electoral a las mismas normas sobre publicidad engañosa que rige para la empresa privada y se les prohíba, bajo pena de multa, engañar con promesas falaces o desacreditar al competidor, o sea, que se centren en vender su programa en vez de limitarse a descalificar al resto; y en tercer lugar, que debían evitar por todos los medios, partidizar a la sociedad, ejemplarizando ellos, partidos y políticos, con sus conductas de tolerancia y respeto mutuo, en vez de descalificarse recíprocamente casi como apestados. Con ello, no se les pide una tolerancia distinta a la que existe aún entre la gente de este país que se relaciona amablemente en la calle, el bar o en el trabajo, al margen del partido al que uno u otro haya votado. Porque de mantenerse la partidización popular creciente, esa intolerancia mediática y de salón acabará contaminando a la ciudadanía, impulsando la crispación en todos los ámbitos de la sociedad, como ya vemos en Cataluña. Una partidización cada día más obvia que debería inquietar a sus mentores porque la historia enseña que, cuando se fracciona la convivencia tolerante, antes que después, se impone el odio. Y luego, los estacazos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios