Redes sociales y oclocracia

Todas las opiniones, vengan de quien vengan, tendrán la misma importancia y valor

En su "Historia visual de la inteligencia", José Antonio Marina coloca el concepto "dignidad" como la gran creación humana en el último estadio evolutivo del sapiens, nacido de la época de las revoluciones que sepultaron el Antiguo Régimen y dieron paso al mundo contemporáneo, con su proclamación de los derechos del hombre. La dignidad es un invento, un constructo teórico que no existe en la naturaleza, pero que ha permitido a una gran mayoría de sapiens alcanzar su período de mayor convivencia y felicidad. El concepto de dignidad, por tanto, no tiene la menor base y utilidad científicas, pero ha determinado el alumbramiento de las modernas democracias. Pese a todo, en su mismo contenido conceptual no sólo están las claves de su éxito, también pueden rastrearse sus problemas y fracasos. El constructo "dignidad" determina que todo individuo, por el mero hecho de ser humano, está dotado de ella, independientemente de su comportamiento o valía personal. Hasta la aparición del concepto de dignidad, lo que daba valor a una persona eran sus acciones meritorias o la importancia del puesto que ocupaba. Con este nuevo concepto, se postula una valía incuestionable - y por extensión unos derechos per se- independientemente de los actos del individuo, aunque éstos sean reprobables. Y es una valía sin grados, su efecto se aplica por igual a todos los individuos. El sistema nacido de esta dignidad -así dogmatizada- margina inexorablemente a las minorías brillantes, pues tiende a igualar a todos los individuos por debajo, desde el punto de vista de las capacidades, del esfuerzo y de la inteligencia. Se trata de un sistema incapaz de detectar, reconocer y premiar el talento; incluso con voluntad de perseguirlo y neutralizarlo si por casualidad lo descubre. Esta problemática se exhibe a las claras en las redes sociales, el producto más quintaesenciado de nuestras democracias. Allí cualquiera, independientemente de su capacidad o formación intelectuales, puede opinar libre y arrogantemente sobre cualquier tema, sabiendo que todas las opiniones, vengan de quien vengan, tendrán la misma importancia y valor. A esta masa amorfa e indiscriminada de opinadores, como también masa de votantes, es difícil otorgarle el don del juicio certero. Con razón ya los antiguos griegos tipificaron la oclocracia como la mayor perversión del sistema democrático: el gobierno de la muchedumbre.

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