Teoría del bostezo

La característica primigenia del bostezo es su capacidad de contagio

Sobre el bostezo se saben muy pocas cosas, por no decir casi ninguna. Como no hace daño a nadie, apenas se le dedica atención. Sin embargo, algo sí se sabe, por ejemplo, que dura un promedio de cinco segundos. Se sabe que el feto empieza a bostezar a las once semanas aproximadamente. Sabemos que bostezamos con frecuencia conduciendo, esperando en una consulta médica y sobre todo, relajados en tardes inoperantes y tediosas. Bostezamos por igual hombres y mujeres, niños y ancianos. Y que todos los mamíferos (salvo la jirafa) bostezamos.

Usted no se lo puede imaginar pero la construcción de un bostezo exige una reunión de fuerzas. Fue un bostezo mío el que me llevó a este "bostezo".

Aunque durante muchos años, craso error, se pensó que bostezábamos para liberar dióxido de carbono y aportar oxígeno al cerebro, ahora ya sabemos que esta hipótesis carece de rigor científico, como demostró a finales de la década de los ochenta el doctor Provine.

La característica primigenia del bostezo es su capacidad de contagio. Un estudio comprobó que el 65% de los espectadores de un video que visionaba unos treinta bostezos sucesivos, bostezaban en menos de tres minutos. Pero en los humanos es de tal magnitud, que solo evocar el acto de bostezar, son muchos o casi todos los presentes los que bostezan o empiezan a sentir la necesidad de abrir las mandíbulas de par en par. El simple bostezo de un bebé, y lo he comprobado con mi primera nieta: que bosteza la pequeñita y acto seguido me toca a mí.

No voy a pedirle, amigo lector, que cuente usted las veces que ha bostezado leyendo este artículo, porque no es mi intención hacerle perder el tiempo de mala manera, pero se sabe que si usted lee algo sobre esta "pandiculación" que equivale más bien al acto de desperezarse, (estirarse con bostezos o sin ellos), es muy posible que acabe por bostezar más de una vez. Se sabe que incluso la sola mención de la palabra bostezo provoca el imperioso deseo de acompañar con el gesto la palabra.

Le confesaré que soy muy propenso a bostezar, y sobre todo en el otoño, gracias que con la mascarilla cosida a nuestra nariz-boca por imperativo sanitario, ante la propagación fulminante del dichoso virus, disimulo el acto contagioso de bostezar en momentos y situaciones poco adecuadas.

¿Ha bostezado usted ya? No ha sido mi intención. ¡¡Lo siento si le he aburrido!!

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