Cuando hace diez años se designó a Catar como país organizador del Campeonato del Mundo de Fútbol para el 2022, ya se violaban los derechos humanos por aquellas tierras. Cuando se presentó el informe, la planificación de 6000 personas fallecidas debido a cuestiones laborales derivadas de la construcción de los estadios ya constaba y era pública. Después se han mostrado pruebas que confirman el supuesto amaño de votos para la designación de Catar mediante el voto (in)dependiente de los miembros de la FIFA. FIFA y Catar: dos nombres que no pueden menos que sugerir que este mundo no lo dominan los comportamientos democráticos, ni mucho menos el respeto a los derechos humanos.

Pero ahora nos ha dado a un buen puñado de progres por anunciar, a bombo y platillo, que "no vamos a ver el Mundial", por razones entre las arriba citadas. Está claro que el número dado por las autoridades locales, ¡(únicamente) son tres los trabajadores fallecidos!, es más falso que los duros de ocho pesetas. Oficiosamente, desde algún medio acreditado en seguridad laboral, se filtra la cifra de 6500 para el número de obreros ya fallecidos. Se trata de nacionales de países en los que el hambre y las condiciones de pobreza en las que viven les han animado a solicitar unos créditos para poder ir a Catar a trabajar, y que pensaban pagar… a su vuelta.

Al menos, ya se ven argumentos serios para no ver fútbol, y no aquel estúpido, por ignorante, argumento de "¿qué interés tiene ver a veintidós hombres en calzoncillos corriendo detrás de una pelota?".

Hace ahora algo menos de un año que expresaba mi intención de no ver ningún partido de este Mundial. La razón la expresaba en términos de mi descontento con no poder expresar sus sentimientos en público aquellas personas que así lo deseen. Si quienes allí vayan a los partidos no pueden abrazar tranquilamente a quienes les salga de los éxitos de su selección, poco tiene eso de fútbol.

Algún dirigente futbolero español fantaseaba con que sería una oportunidad de oro para hacerles ver a esos dirigentes que los derechos de aquellas mujeres precisan avanzar en un mudo donde la globalización los está demandando. Creo que ese mandamás es tan ingenuo como yo: que yo vea o no los partidos del Mundial no dependerá de mí ni de la distribuidora de las imágenes del mismo, sino de la decisión de las mujeres de mi casa. ¡Eso sí que es vivir en minoría democrática!

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