Los falsos goya de sobradiel

Queda así muy mermado el legado del Goya joven para con su tierra, pero es lo que hay

En 1915, el historiador aragonés Ricardo del Arco publicó un encendido artículo donde daba a conocer un conjunto de pequeños murales pintados al óleo sobre yeso en las paredes del oratorio del palacio del Conde de Sobradiel, en Zaragoza. Sin ninguna prueba documental adjudicaba las pinturas a Goya joven y alababa su calidad. Beruete las vio poco después, también in situ, y avaló la autoría goyesca. Desde entonces todos los especialistas han incluido el conjunto de Sobradiel dentro del corpus de obras seguras del pintor. Incluso fue tema de una exposición monográfica, "Goya y el palacio de Sobradiel", celebrada hace una década en el Museo de Zaragoza, donde en ningún momento se cuestionaba la autoría. El conjunto, que fue arrancado y pegado a lienzos en 1921, se encuentra hoy dividido en tres museos, dos de Zaragoza y uno de Madrid. Está integrado por tres cuadros medianos que representan una "Visitación" -hoy en paradero ignoto-, un "Descendimiento" y un "Sueño de San José", y por otros cuatro muy pequeños que representan un San Joaquín, una Santa Ana, un San Cayetano y un San Vicente Ferrer. Las tres composiciones mayores son copias literales de grabados de la época que reproducen cuadros barrocos de Simon Vouet y Carlo Maratta, una práctica habitual entre los mediocres pintores aragoneses del XVIII. Están ejecutados con evidente torpeza, mal dibujados y con un colorido burdo. Se trata de cuadros muy mediocres donde no hay el menor atisbo del pincel de Goya, ni por técnica ni estilo, sobre todo si los comparamos con las obras seguras de ese periodo entre 1771 y 1775, como el mural del Coreto del Pilar y las grandes escenas del Aula Dei, en las que Goya se muestra ya con una personalidad propia muy acusada y con una calidad muy superior a todo lo que en Aragón se hacía por entonces. El hecho de que sean copias los aleja aún más de la paternidad goyesca y los acerca a otros artistas aragoneses del momento como Diego Gutiérrez, copista habitual de Vouet. Lo mismo puede decirse de las pechinas de la ermita de Muel y de la iglesia de Remolinos, otros dos conjuntos que son enteramente ajenos a Goya, pese a la obstinación de la historiografía clásica por adjudicárselos. Queda así muy mermado el legado del Goya joven para con su tierra, pero es lo que hay. Goya fue siempre consciente de su superioridad artística y sus ambiciones se dirigieron, desde el principio, a conquistar la corte madrileña.

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