La justicia no es un juego

Aunque si para la justicia deportiva ya se atisba alguna ayuda, el VAR , ni existe, ni se le espera

Aunque se esté jugando solo para el recreo, la justicia nunca es un juego. Y si al juego se le añade pasión o intereses, ante la osadía arbitral de pitar penalti o de validar ese gol dudoso que da un título o lo quita, el reto de obtener una decisión justa puede resultar un drama y la justicia deportiva empieza a parecerse a la social: son indispensables para la convivencia en paz. Y es que el sentido de lo justo es una pulsión congénita y universal, que ya muestran los bebés y, según los etólogos (F. de Waal), hasta los animales sociales, primates o cuervos, que se enfadan si reciben premios desiguales. Salvo que la desigualdad les favorezca, claro, algo también propio de humanos. Así que la justicia futbolera metaforiza una justicia intuitiva, que revestimos de reglas y valores morales que la domestiquen para saciar esa sed que provoca el hecho de jugar o convivir con otros ya que, al cabo, la justicia, en ninguna de sus versiones es un constructo exclusivamente cultural, sino que forma parte de la materia con que se entreteje la felicidad, junto a otras pulsiones saciantes. De ahí la importancia que tiene depurar los sistemas justicieros en los juegos, auxiliando a sus árbitros con artilugios que objetiven en lo posible sus decisiones e impidan que sucumban al influjo malsano de sus fobias o filias. Porque hay estudios que estremecen sobre la influencia del entorno personal en sus fallos. Una evidencia científica ante la que solo la inercia de derechos adquiridos y las soberbias corporativas, explica que se siga administrando justicia, deportiva o social, con sistemas propios del medievo, al pairo del fantasioso libre albedrio interpretativo del juez, sin usar la tecnología que lo revise. Mientras se niegan, por ignorancia inexcusable, los sesgos de subjetividad que atenazan al árbitro cuando carece de ayuda técnica, a pesar de que la ciencia acredita que sus juicios están mediatizados por el mismo tropel de sensaciones, viscerales y morales, que las del resto de humanos cultos. El resultado es que la misma falta, deportiva o legal, no siempre tiene igual respuesta justiciera: depende de los humores que tenga ese día quien la pite. Y el personal, claro, se enfada y con razón. Aunque si para la justicia deportiva ya se atisba alguna ayuda, del VAR o el Ojo de Halcón, siquiera en vía de ajuste, para la otra, para la arcaica, ni existe, ni se la espera. Que ni el AVE, vaya.

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