La pasión por el Albayzín

A los 75 años hizo mutis de los recitales y los folios, y somos muchos los que le recordamos con el cariño

PLACETA del Salvador/ con tres acacias en el aire/ y mi madre en el balcón"Manuel Benítez Carrasco (Poeta y recitador. Hijo Predilecto de Granada. Académico de honor de la Real Academia de Ciencias, Artes y Letras de San Dionisio), sembró versos y cosechó, durante un largo recorrido de caminante por el mundo de habla hispana, afectos incondicionales; prueba evidente de su generosidad y desinterés son los versos: "Que aún muriéndose de sed/ si le llamaba un amigo/ dejaba el agua correr". Su altruismo le llevó en muchas ocasiones acudir gratis, a actuar para cualquier organización benéfica, hermandad o asociación que se lo pidiera.

"Soy español, andaluz, granaíno, albayzinero, mi identidad la hizo Dios, la confirmó un carpintero y la rubricó mi madre, carita de pan casero".

Benítez Carrasco residió durante muchos años en México, en cuyo hermoso país vio la luz la mayor parte de su obra poética, tan extensa y estimada desde las Antillas a la Patagonia, y desde la cordillera de los Andes a Paraguay. Sin embargo, sus primeros versos le surgen en su Albayzín natal, en su más tierna infancia y adolescencia, y en la Granada de sus añoranzas e inspiraciones más íntimas.

Este albayzinero, poeta de la calle, no tuvo una exigua obra y poco consolidada, la veintena de poemarios publicados a lo largo de toda su vida, sin interrupciones, habla de lo contrario. Como una premonición, y tras treinta y seis años viviendo a caballo entre tierras mexicanas y su Granada, Benítez Carrasco regresó definitivamente a España, seguramente con el convencimiento de que aquel era su último viaje. Cuesta creer que no fuese así de alguien tan serenamente reflexivo y arropado por su fe. El día 25 de noviembre de 1999 dejó de existir y por deseo propio, sus restos fueron incinerados y las cenizas esparcidas por un cerro del Albayzín. A los 75 años de edad hizo mutis de los recitales y los folios, y somos muchos los que le recordamos con el cariño y la admiración que se merecía. Estoy seguro que en sus últimos pensamientos estuvieron presentes su Placeta del Salvador; sus tres acacias y su madre en el balcón, el trigo panadero amasado por su abuelo y las virutas carpinteras de su padre.

Sirvan pues estas líneas para dejar constancia, como poeta y como rapsoda, de mi ferviente admiración por el inolvidable maestro del verso neopopular.

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