Carta del Director/Luz de cobre

La política como obstáculo

En el gobierno de la pandemia nos encontramos 'Ramonets' de manta y mercadillo que sólo buscan dañar al contrario

Muchos de los que rigen nuestros destinos tengo la impresión de que desconocen cual es su papel en la sociedad. Entiendo que los hemos elegido para que nos gobiernen, para que resuelvan o al menos traten, de encontrar soluciones a nuestros problemas. Y, ¿saben lo que encuentro?: bronca, politiqueo de barra de bar, disputas vacías, regate corto, bulos, intento de engañar a los ciudadanos y el "y tú más" como eslogan de la incapacidad, la incoherencia, falta de sensatez y el criterio.

Atrás quedaron los tiempos en que se hacía política con el objetivo de solucionar los problemas de la sociedad, de los ciudadanos. Lejos permanecen las épocas de pactos, en la que la suma de voluntades buscaba el bien de todos. Ya ni me acuerdo de la conjunción de programas y apuestas comunes, que desde la discrepancia, trataban de alcanzar el objetivo común.

Se ha impuesto, mal que me pese, la mentira "disfrazada de nada" que diría Javier Sampedro en tiempos convulsos, posiblemente los más complejos que nos ha tocado vivir. Y es que nadie, o casi nadie, entiende la pandemia que nos acecha como la voluntad más del dolor o la expresión más triste de una sociedad acorralada por el virus.

Al contrario, nos encontramos con políticos de tres al cuarto, Ramonets de manta y mercadillo, en el que el único objetivo es dañar al contrario, con la intención exclusiva de arañar un puñado de votos en las urnas.

Pocos o ninguno piensa en el bien común como base sobre la que sustentar un gobierno. Aquí lo único que interesa es la planificación al milímetro de los encuentros entre unos y otros, para dinamitar los pocos puntos en común alcanzados a las primeras de cambio. No se respetan los asintomáticos, ni los enfermos y qué decirles de los muertos que el coronavirus se ha llevado por delante. Detrás hay miles de familias que han visto como no podían despedirse de los suyos y, lo que es más doloroso, que nadie se ha preocupado de su estado, su bienestar o su futuro.

Aquí, mal que nos pese, lo único que permanece es la falta de escrúpulos. Se han convertido en canallas. Los sentimientos son ajenos a cualquier estado de gobierno, con tal de medrar y escalar un peldaño en el escalafón de la mierda. Un escalafón que cultivan con esmero quienes critican todo cuanto hace el oponente, el enemigo, el contrincante..., sin ser capaces de poner sobre la mesa alternativas válidas a lo poco que se está haciendo.

El verano se ha acabado y la COVID-19 ni se ha acabado ni ha expirado. Al contrario. Y mientras llega la vacuna, me produce verdaderos escalofríos el otoño que se nos avecina. Los casos se multiplicarán, los uniremos a la gripe y resfriados y los medios, como siempre, escasos. El infierno en versión terrenal.

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