La princesa Caraboo

Relato de aventuras, princesas y plebeyos engañados. Por muy real que sea el embuste se pilla antes al mentiroso que al cojo

Corría el año 1817. En Almondsbury, un pueblecito del sur de Inglaterra, lo más interesante que había sucedido en los últimos años era el nacimiento de una oveja con cara de cabra. Pero por curioso que resultara el bóvido no tenía parangón con lo que acaeció el 3 de abril. Una joven desorientada, vestida con extraños ropajes apareció en las inmediaciones del pueblo. EL zapatero llegó con ella a casa: pobretica, no la iba a dejar así, le dijo a su esposa. Y la mujer dijo: ¿esto qué es lo que es? Y con las mismas se la largó al obispo. Este tenía mandados que hacer así que, a su vez, se la colocó al magistrado del pueblo, Samuel Worral. Hospedándola en su propia casa, Mr. Worral y su esposa intentaron entender el extraño lenguaje de la forastera pero solo sacaron una palabra en claro: Caraboo. Hartos de jugar a las películas (visionarios ellos) decidieron procesarla por vagabunda en virtud la ley vigente.

Tan pronto como la enigmática mujer acabó en prisión apareció en escena un marinero portugués que decía ser capaz de entender la jerga de aquella chica. La traducción aportó una gran sorpresa. La mujer era, en realidad, la Princesa Caraboo, nacida y criada en la corte de la isla Javasu. Había llegado hasta las costas de Inglaterra a bordo de un navío pirata del que resultaba presa. En un descuido había conseguido escapar y alcanzar la playa a nado.

El cerrojo de la cárcel se descorrió de inmediato y en cuestión de horas se convirtió en la invitada de honor de todos los terratenientes de la región. Ella disfrutaba de las prebendas, banquetes y regalos que le ofrecían aquellos generosos anfitriones. Y ellos admiraban a una exótica mujer de extraños atuendos, dioses misteriosos y sanas costumbres como nadar desnuda.

El embrujo se rompió cuando una señora de su localidad natal, sita a un centenar de millas de allí, reconoció su retrato en un diario local. Esta dio parte a las autoridades que vieron con malos ojos que les tomaran la cabellera de ese modo. El idioma, inventado. Su isla, una trola. La criatura, atrapada en su engaño tuvo que poner agua de por medio y huir a Estados Unidos. Acabó sus días sumida en la misma miseria y olvido que tanto bregó por dejar atrás.

¿Moraleja? Por muy real que sea el embuste no olvidemos que se atrapa antes al mentiroso que al cojo, aunque se opere en la Ruber. Un momento por favor, me dicen algo: ¡¿Por qué no te callas?! Huy, les dejo.

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