El medio y el ambiente

Las sandalias del pescador

Espero que nadie quiera convertirse en una mala copia de Marcelino Camacho

Siempre he dicho a mis alumnos que el día antes de un examen no se estudia, y además es una norma que he cumplido bastante, y la sigo cumpliendo, aunque a mi edad los exámenes ya son muy diferentes. En mi época granaína, era cliente de varios cines de reestreno: sobre todo el Gran Vía que estaba cerca del SEU. Había otro en Recogidas, cerca del Camino de Ronda, al que nunca fui, por lo que me quedé sin saber si era cierto o no lo que te advertían del mismo. Y otro por Calvo Sotelo, pero ese me pillaba a trasmano.

La ventaja de descansar el día antes es que asientas los conocimientos, y no te armas un barullo mental. Eran cines baratos y las películas no eran de Arte y Ensayo, eran para distraerse y a veces había dos películas distintas, con lo que echabas la tarde por 7 pesetas. Digo todo esto, porque el pasado viernes vi por enésima vez la película que da título a esta columna. Pero he de confesar que la he visto tantas veces porque Antony Quinn me cae muy bien. Tuve la dicha de conocerlo "en la época de las películas" porque iba a cenar asiduamente a La Flor de la Mancha, y era afable, muy afable, y muy cariñoso; aún recuerdo algunos de sus consejos. Además, la "anécdota" del "veraneo en Siberia" del cura era algo que los que porfiaban sobre quién era más de izquierdas, o sea, más comunista, no mencionaban nunca.

Espero que nadie quiera ese modelo de vida. Espero que nadie quiera convertirse en una mala copia de Marcelino Camacho y sus jerseys de cuello vuelto, ni de Nicolás Redondo, pues sus figuras históricas no lo merecen. Y aunque Carrillo "se portó" en la transición, nunca habló de sus veraneos soviéticos junto a los entonces jerifaltes del partido único. O sea, que como Camacho y Redondo, no lo pasó. Lo que ocurre es que fue listo y tenía claro hacia dónde iba esta sociedad. Ahora los que pensamos y tratamos de colaborar en la construcción del futuro, nos sentimos responsables del de nuestros hijos, y muchos estamos preocupados porque vemos que hay unos grupos de individuos que están jugando a estadistas, cuando en algunos casos solamente tienen el mismo respaldo que una micropyme: el de la familia; o una peña gastronómica: los socios de la misma que quieren seguir disfrutando de las cocochas y el bacalao al pil pil con su gelatina bien trabajada, pero por una maquinilla ad hoc.

Y un último detalle: el Abrazo de Vergara se lo estuvo currando dos años el almirante lord John Hay y consiguió que Espartero y Maroto firmaran algo más importante que un prontuario de buenas intenciones de día de Año Nuevo.

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