No me cabe la menor duda de que estoy en horas bajas. Nuestra relación fue siempre tortuosa, pasamos del amor al odio sin apenas darnos cuenta, todo depende del color del cristal con que se mira. Hoy, cómo tantas veces a lo largo de nuestra historia, siento la tribulación de ver cómo te alejas en un viaje incierto hacia ninguna parte, en una búsqueda ciega tratando de alcanzar algo que se interpone entre nosotros como un inmenso océano, y que solo existe en tu imaginación. Fuerzas contrarias nos empujan, sin que podamos contenerlas, o quizá sin que tú hagas nada por evitarlo. Constato que nada has aprendido de la experiencia y buscas sin cesar nuevos conflictos que te impiden ver más allá de tus narices. Viajas en pos de anhelos y glorias ajenas, olvidando quien eres y qué quieres. No importa la religión, ni el color de la piel, o la parte del hemisferio en el que hayas nacido, eres tú la única responsable de nuestra irremediable separación. Quien hubiese pensado que este planeta podía convertirse en un infierno por voluntad de sus víctimas, sin la intervención de la naturaleza! Yo, que contemplo impotente la repetición de errores, observo en ellos mi propia destrucción, y me estremezco ante la visión dantesca del desierto que se avecina sin mi presencia. No solo destruyes sin compasión la naturaleza que te rodea y de la que dependes, con una voracidad inversamente proporcional a los placeres que te dispensa, es que andas sedienta de sangre como una loba, cayendo en las fauces de la ambición de otros como un indefenso cervatillo. Y yo, desde la distancia, desde la lejanía a la que me has relegado, veo nuestro ocaso a través de mis ojos anegados de lágrimas negras. Amarga experiencia que se repite periódicamente, rompiéndome el corazón, cuando te arrojas a mis brazos agradecida y te acurrucas acobardada buscando consuelo, para después salir huyendo envalentonada, para luchar contra molinos de viento imaginarios, fruto solo de tu enfebrecida y alocada carrera hacia la nada. Y aquí estoy yo, esperándote como siempre, perdonándote de antemano, con la esperanza de que vuelvas lacerada y arrepentida, dispuesta a cambiar de rumbo, hasta que se te olviden las heridas, y todo se repita como una historia interminable. Me invocas una y otra vez tantas como me niegas, tantas como abjuras de mí, y me pregunto qué pasará si un día no vuelves a mis brazos, que será de ti cuando yo no esté, cuál será el abismo por el que te precipitarás. Sé que tengo una hermana gemela, pero en ella solo encontrarás dolor y muerte, el reposo eterno y la paz de los cementerios donde solo el silencio impera, mi antagónica hermana, la GUERRA, no es una opción. Desde la vida yo te invoco y te reclamo, antes de que me des definitivamente la espalda, más allá de mí no hay nada, LA PAZ o tu extinción definitiva, tú eliges.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios