Desde mi experiencia

José Miguel Ponce

La tiranía del emotivismo

Nuestros comportamientos tienen que ser dirigidos principalmente por la inteligencia y la voluntad y no solo por las emociones y sentimientos.

Vivimos en una cultura almibarada, que se mueve por caprichos y antojos variopintos, hechos “a la medida” de cada individuo. Una sociedad que ha pasado del racionalismo del “pienso, luego existo” de Descartes al “deseo, luego existo”, desechando del todo la moral y la razón. Es la tiranía del emotivismo. Es una consecuencia lógica de la llamada “dictadura del relativismo”, de la que tanto alertó en su día Benedicto XVI.

La sociedad ha sido permeada por un espíritu blandengue, superficial, perezosa para razonar y, ni qué decir, incapaz de comprometerse con nada que vaya más allá de lo que apetece o se desea. Los programas de televisión, los realities, los vídeos que se reenvían por WhatsApp o los contenidos de las redes están en muchos casos ideados exclusivamente para sacudir las emociones o alimentar desordenadamente el deseo inmediato. El emotivismo ha borrado de nuestra memoria que a veces hemos de cumplir con nuestras obligaciones, aunque no sintamos nada al hacerlo, y que algunas cosas hay que hacerlas no porque yo me sienta así o asá con ellas, sino simplemente porque son mi deber. Además, esta corriente en la que todo pasó a ser líquido acabó transformando lo malo en bueno o, al menos, en justificable. Los vientres de alquiler, el divorcio, el poliamor, la ideología de género, el abandono de los ancianos, la falta de compromiso o el no querer tener hijos. Ya no hay verdad o mentira, bien o mal, todo se puede adecuar para lograr el fin –nunca mejor dicho– que se desea

Nuestros comportamientos tienen que ser dirigidos principalmente por la inteligencia y la voluntad y no solo por las emociones y sentimientos. La falta de reflexión y valoración de lo que hacemos, favorece que las personas sean más manipulables. También implica un mayor consumismo, ya que los consumidores compran por capricho, porque le atrae algo, por su color, por su envase, porque está de rebaja o simplemente porque les apetece. Sin embargo, se percibe una reacción contra esta hegemonía emotivista. Frente a una vida centrada en el yo se reivindica la alternativa de tener un propósito en la vida y la celebración de lo bello y lo bueno. Por ejemplo, la belleza de la familia, entre tanta soledad e individualismo, es una muestra de alternativa, porque son cada vez más los que se lamentan de no haber tenido aquello que vivieron en su infancia o que ven en familias felices y estables, porque más allá de las emociones buscamos la estabilidad en lo bueno.

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