Pasas pNo podía contener las lágrimas viendo aquellas fotos de su infancia, que tanta alegría le transmitían. De pequeña vivió en un pueblecito donde compartió su infancia y sus juegos con los demás niños de la escuela. Nunca sintió el más mínimo rechazo o diferencia de trato, tenía la piel aceitunada, el pelo negro y rizado, y enigmáticos ojos verdes. En la plaza de pueblo, las niñas jugaban a la comba, al elástico o a los cromos, mientras los niños se mataban vivos jugando al balón, siempre recordaba a su hermano llegar a casa con alguna rodilla herida. Su padre era el veterinario de la comarca, y allí vivieron hasta que ella cumplió los diez años, su hermano dos años mayor, tenía que acudir al instituto y allí no había. Ella lloró a rabiar porque no quería separarse de su mejor amiga, pero no hubo vuelta atrás, dejaron su casa y se fueron a la ciudad, no había más remedio, le dijeron sus padres. Siempre recordaría aquellos primeros años como los más felices de su vida, y nunca se separó de su amiga Sara, con la que dos años más tarde cursó el bachillerato en el mismo Colegio. Sara y David, su hermano pequeño, fueron sus mejores amigos, su padre era el médico del pueblo, y no tardó en pedir una plaza en el Hospital de la capital, para que sus hijos pudiesen seguir formándose. Siguió mirando el álbum de fotos familiar, y encontró varias de su hermano Yami, en algunas de las ocasiones en que acompaño a su padre a ver a los abuelos paternos. Recordó como en uno de esos viajes, su primo Hassan, casi de la misma edad que él, se vino con ellos, ya que había decidido venir a estudiar a España. Siempre creyó que lo suyo fue amor a primera vista, desde que se conocieron su amiga Sara y Hassan, no volvieron a separarse nunca. No pudo retener las lágrimas recordando la boda: eran la viva imagen de la felicidad, aunque ese día tuvo su abuela le reveló un secreto: eran de ascendencia judía, no pensaba decírselo nunca y llevárselo a la tumba, por miedo a que ella sufriera las mismas consecuencias que llevó a su familia al exilio, pero ahora que se había casado con Hassan, tenía que saberlo. Ningún caso hicieron los recién casados, y comenzaron su nueva vida en otra ciudad, trabajando los dos en el mismo Hospital. Hacía apenas unas dos semanas que Sara llamó para comunicarle que viajaban a Palestina para que nuestra familia conociese a la pequeña Laila, a Hassan le hacía mucha ilusión que sus padres conociesen a su hija. Hacía unas horas que habían recibido la noticia: una vez allí comenzaron los bombardeos, y no dudaron en ofrecerse para atender a las víctimas que acudían por centenares a unos hospitales desabastecidos de medicamentos y con déficit de personal. Cruz Roja informó a la familia, Sara y Hassan eran dos de las víctimas que habían perecido en el último bombardeo. Nadia no paraba de llorar desde entonces, no sabía a qué Dios tenía que clamar justicia.

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