El actor y director de cine Clint Eastwood cumplió 92 años el pasado mes de mayo. Su hija Alison dice: “Mi padre tiene ocho hijos de seis mujeres”. Jugando al golf, su amigo el cantante de country Toby Keith le preguntó cuál era el secreto de su creativa longevidad. Clint le contestó que “no dejaba al viejo entrar”. Empiezo por referirme a los sempiternos viejos verdes estilo don Hilarión, el boticario de “La verbena de la Paloma”, en medio de una morena y una rubia. Son ancianos como el caballo rijoso, “inquieto y alborotado ante la presencia de una hembra”. Es decir, como el caballo que le dan sabana –lo canta Julio Iglesias-, “porque está viejo y cansao, pero no se dan cuenta que un corazón amarrao, cuando le sueltan la rienda es caballo desbocao”.

No es malo el consejo de “Harry el sucio”, “el bueno” del espaguetti western. No dejar entrar al viejo. La vejez aporrea todos los días su puerta queriendo entrar en sus vidas y apoderarse de su encomiable voluntad. Con familiares, con amigos, con amigos de otros amigos, hemos asistido a su lucha por no dejarla entrar, hacer oídos sordos a sus siniestros golpes de aldaba en sus puertas. Y dejar que se retire a otros pagos.

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