El mito de María de Magdalena
Semana Santa
Este personaje bíblico sirve como ejemplo de la situación de la mujer en la actualidad
Los llamados libros sagrados, tanto los nuevos como los viejos, al haber sido escritos desde el pandemónium (donde reina la confusión y el ruido) de la tradición oral, desde la inconsistencia de las leyendas y por la denodada memoria de unos y el interés religioso de otros, son libros no pocas veces confusos en sus planteamientos, incompletos en el discurso de sus historias, contradictorios en la descripción de sus doctrinas y plagados de oquedades argumentales. Hay muchos personajes, llamémosles incompletos, no ya en sus comportamientos históricos, sino en su personalidad, y ha sido la literatura quien se ha ocupado de hacérnoslos más visibles. Gracias a la literatura nos hemos acercado a personajes principales como Caín, Noé, Moisés, Abraham, David, Job o José, y otros más secundarios como Ruth, Absalón y Tamar, Jonás, Judas y otros apóstoles o profetas. El propio Jesús y su madre María fueron protagonistas de numerosas obras literarias. Pero tal vez el personaje más controvertido del Nuevo Testamento sea el de María de Magdala. Al menos así lo entiendo, aunque no descarto es esa nómina de las controversias a Judas Iscariote. La conocida como Magdalena es un personaje mítico que saltó de la categoría anecdótica que le conceden las escuetas y escasas citas evangélicas a la categoría de los símbolos. El mito Magdalena se constituyó en símbolo de la realidad sexual humana y adulta frente al arquetipo de la pureza (incluso de la asexualidad) que representa la otra María, la madre de Jesús, símbolo extremo, desmedido, fantástico incluso, de la vida asexual, al haber concebido y parido sin “conocer varón”, es decir, sin la “mancha” de la sexualidad. Magdalena, sin embargo, es carnal, es humana, es adulta, es cercana, sabe pecar y llorar, sabe servir, sabe pedir perdón, se arrepiente, se levanta y, como todos nosotros, siempre anda escupiendo esos demonios que a todos los seres humanos nos atormenta. Magdalena invita al amor, es amor hecho carne, es real. La Virgen María es etérea, sobrenatural, imposible, lejana, increíble. Sus carnes no sangran porque están hechas de materia celestial, su piel no se eriza ante el contacto del otro, porque carece de la fuerza de la pasión sexual.
Magdalena es citada en los cuatro evangelios canónicos en relación con cuatro hechos diferentes. De las muchas mujeres que seguían a Jesús, destacaron varias Marías, pero sobre todas ellas, la de Magdala. Según Lucas, ella alojó y proveyó materialmente a Jesús y sus discípulos en Galilea, y se añade que antes había sido curada por Jesús de espíritus malignos. Según Marcos, Mateo y Juan, estuvo ella presente durante la crucifixión de Jesús. En los cuatro evangelios se refiere el testimonio de Magdalena en cuanto a la desaparición del Maestro, y fue ella quien comunicó a Simón Pedro y a otros discípulos tan misteriosa desaparición. Y, por último, según Juan, ella pudo ver al Jesús resucitado. La gloria de María Magdalena está en ser la elegida para comunicar la gran verdad de la
Resurrección de Jesús. Fundamento perpetuo e indestructible de la Iglesia contra la que nada han podido todas las mentiras y blasfemias. Y aquí acaban, en los cuatro evangelios (oficiales), las referencias a María de Magdala. Está esta mujer vinculada al pecado (espíritus malignos), a lo material (alimentos), a la asunción del dolor, a los cuidados del cadáver y a la poesía.
La fuerte personalidad tampoco deja lugar a dudas. En una época en que las mujeres estaban irremisiblemente vinculadas a un hombre como –hija, hermana, esposa, viuda o madre- ella era María, de la ciudad de Mandala. Pero María fue más, y se encargó –junto con otras mujeres- de las finanzas de la naciente comunidad cristiana. Otras mujeres aparecen en los textos, las cuales, por diferentes intereses y razones, han sido identificadas con la de Magdala: la mujer prostituta y como tal, pecadora pero, según recuerdan los grupos que estudiaron su vida, “también Pedro pecó, tres veces negó a Jesús, y nadie lo recuerda por eso”, la mujer adúltera, y la que unge con perfumes los pies de Jesús.
Se ha escrito mucho sobre la presencia de Magdalena en diferentes representaciones pictóricas de la Última Cena. Nada más lógico, pues, según Lucas, era ella quien se ocupaba de obtener y cocinar los alimentos y de servir la mesa.
Por esta y otras razones me atrae especialmente el personaje de Magdalena, uno de los más humanos de las historias sagradas. Esa pelirroja de mirada liviana que pintaron algunos artistas es muy nuestra. María Virgen, sin embargo, ascendió al cielo en cuerpo y alma. Nada que ver.
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