Crónicas desde la ciudad

Convento de Las Puras (XXI): Iconografía (y II)

  • Dadas las especiales características de clausura del convento, sería de sumo interés la edición de un completo catálogo artístico que inventariase el magnífico patrimonio atesorado

Las Puras. Coro Alto

Las Puras. Coro Alto

Pese a que determinados autores y adquisiciones están identificadas, existen considerables lagunas en el conocimiento documental del patrimonio reunido por Las Puras en más de medio milenio. Aunque si en su momento no hicieron (o permitieron) un inventario lo más ajustado posible, tras la quema de su archivo en julio de 1936 es materialmente imposible. A propósito del fuego, de la pira en la plaza Administración Vieja (al parecer hubo otra fogata en lugar indeterminado) el cronista oficial de la Ciudad, Joaquín Santisteban Delgado, logró rescatar tres libros: de Profesiones, Necrología y Decretos Provinciales. Además, según el testimonio de una profesa, bastantes papeles “chamuscados” llegaron a manos del archivero-canónigo Juan López Martín para su custodia. Con la desaparición de cuadros e imágenes, la combustión iconoclasta del archivo fue una pérdida mayor. Perfectamente ordenado, gozaba de una doble ubicación: en el despacho y celda de Oficio (de la abadesa). 

Murales 

Fresco, óleos o al temple, una interesante colección se distribuye por distintos espacios conventuales. Visibles al exterior se muestran los pintados por Miguel del Moral y Pérez de Perceval en la puerta Reglar: san Francisco de Asís y el papa Julio II, firmante de la Bula de constitución de la Orden Concepcionista en España. En el zaguán del torno, una Inmaculada flanqueada por ángeles, obra de las propias monjas en julio de 1605. Sin embargo, los más conseguidos se encuentran en el claustro meridional y refectorio. Las paredes del claustro alto están prácticamente cubiertas en una secuencia iconográfica heterogénea. Adornados de orlas, motivos florales e inscripciones del año en que se pintaron o restauraron: san Miguel Arcángel, Cristo atado a la Columna, Anunciación, Sagrada Familia o alegoría de la Virgen del Mar. A Baraquiel Buruezo Fr. (¿fraile?) pertenece una Virgen con el Niño (Virgen de la Leche) de regular formato retocado en 1793 por S. Buruezo. Otro miembro de dicha familia, Luis, doró por tales fechas, con escasa fortuna, la capilla de san Indalecio en la catedral metropolitana.

Además de diversas obras, durante la guerra abrieron puerta a la calle Gutierre de Cárdenas

En enero de 2001 abrieron sus puertas para dar a conocer públicamente el estado que mostraban las pinturas que presiden el refectorio (espacio de convivencia y fraternidad comunitaria) tras las tareas de recuperación llevadas a cabo por la Junta de Andalucía con una inversión (incluida la iluminación) de 15 millones de pesetas. El comedor y otras dependencias fueron encaladas en diferentes ocasiones -especialmente durante la guerra- como medida profiláctica, al dedicarse a hospital de infecciosos. Desde 1969 las monjas más jóvenes se emplearon en su decapación y limpieza (no siempre afortunada), con la natural pérdida de la policromía original. Tras la labor profesional de las restauradoras Azucena Prior y Barca Domech, recobraron buena parte de su trazo primitivo. Predominan los motivos marianos (Dormición de la Santísima Virgen, Asunción al Cielo, el Niño en medio de los Doctores, con la Virgen y San José, Huida a Egipto, etcétera) y, singularmente, el cuadro de la Santa Cena, distinto al que poseen en la sala Capitular. Todos datados entre los siglos XVII y XVIII. El severo comedor (refectorio) lo habilitaron Las Claras como (¡¡) gallinero cuando aquí estuvieron recogidas. En la guerra abrieron puerta a la calle Gutierre de Cárdenas y desaparecieron diversos cuadros de santos, artísticamente enmarcados, incorporados a Las Puras después clausurarse el monasterio de Los Trinitarios, en calle Real.

Oración en el huerto y sala capitular 

¡Madrecita del sueño glorioso,

mi Virgen del Tránsito!

Muertecita te traje en mis hombros.

¡Que muera en tus brazos! 

En la sala Capitular, coro Alto y Oración en el Huerto se concentran el mayor patrimonio de arte sacro. Esta última en una clásica capillita monjil, abigarrada, presidida por un lienzo de Buruezo (1785) con el motivo evangélico que le da nombre, restaurado por Francisco Alcaraz (el pintor indaliano actuó sobre cinco cuadros más con sus correspondientes marcos). Antiguamente, en una hornacina se conservaban los restos mortales de Bernarda Almansa (abadesa) y el Niño Pastor, ejemplar regalado por la comunidad al gobernador Civil Vivas Téllez. En la actualidad, su pieza más valiosa es una talla del siglo XV de la Inmaculada, traída por las hermanas de Cuenca, cuando cerraron su convento, y otra de terracota. 

Entre los cuadros desaparecidos figuran los procedentes del convento de Los Trinitarios

De aquí se pasa a la sala Capitular, la estancia más solemne del monasterio y donde se lleva a efecto el nombramiento de abadesa y vicarias o se toman decisiones más importantes. De allí desaparecieron/destruyeron el cuadro “de la Servilleta”, dos Niños Jesús (puestos encima de una cómoda y el piano), san Miguel y san Rafael; reliquias de san Ramón Nonato, etcétera. En la actualidad destacan, además de una hornacina con la Virgen del Tránsito, san Pedro, Ntra. Sra. de Guadalupe y dos pinturas muy deterioradas en sus testeros principales: la Santa Cena y el cuadro del Árbol o Rosal de la Orden Franciscana. Un lienzo de considerable mérito, san Toribio, se hallaba, en contra de la voluntad de las religiosas, en el domicilio del obispo. Así como un pequeño armonio en las Siervas de María.

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Coro alto 

Dos escalones nos llevan al Coro Alto (el Bajo se adosa al altar mayor, separado por una reja y la comulgatoria). Es el único lugar donde se puede admirar el recio artesonado mudéjar original, tapado en el resto del templo por una bóveda de escayola. Rodeando la espaciosa habitación se dispone una sencilla sillería que contrasta con el magnífico asiento abacial de tiempos de la primera renovación del convento. En madera policromada cubierta por dosel, el cerramiento de cristal alberga una Inmaculada, suprema Abadesa de la Orden. Esta es réplica de la destrozada en la guerra y cuya antigüedad, aventuraban, se remontaba a la Fundación en 1515. 

Aunque adelanté que no trataba de hacer inventario, si creo oportuno reseñar algunas imágenes y cuadros de indudable mérito pictórico que recientemente tuve el privilegio de admirar por deferencia de las monjas. Veamos los más sobresalientes distribuidos por la estancia alrededor del airoso atril de lectura para los rezos diarios. A un óleo de la benefactora Teresa Enríquez (viuda de Gutierre de Cárdenas), obra de Antonio Bedmar, siguen en sus ángulos san Francisco y la fundadora santa Beatriz de Silva. A resaltar igualmente la talla de san Antonio de Padua, atribuida a Roque López, discípulo de Salzillo. Finalmente, otra Purísima y un Sagrado Corazón de considerable valor sentimental entre las profesas. El Sagrado Corazón les fue donado en 1878 por el capellán y mayordomo del convento, Eusebio Sánchez Sáez, hecho en Alemania, regalo a su vez de la condesa de Agramante. La imagen mariana la cedió a la comunidad el también canónigo y amigo Bartolomé Carpente Rabanillo, tío de sor Dulce Nombre, quien dejó “una manda testamentaria para que siempre tuviese la Santísima Virgen una luz encendida”.

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