Se abre la veda | Crítica

Escenas de caza en la campiña francesa

Una imagen de la comedia francesa.

Una imagen de la comedia francesa.

Le tememos a las comedias francesas más taquilleras del año tanto como a las comedias españolas de mayor recaudación. Por suerte para los franceses, las nuestras no llegan allí. Para nuestra desgracia, las suyas se estrenan en España puntualmente, precisamente al reclamo del eterno millón y medio de espectadores que han llevado a las salas.

Se abre la veda es la penúltima de su especie, un nuevo-viejo enredo con la confrontación entre ciudad-campo como esquema básico para la comedia de estereotipos culturales a propósito de una familia urbanita que huye de las estrecheces de la vida parisina para irse a vivir a una casa frente a un bosque que resulta ser el coto de caza de los lugareños de un pueblo que vende sus productos ecológicos a dos precios según sean para los vecinos o los turistas.

Previsible en su recorrido de ida y vuelta por los tópicos de la vida pequeño burguesa enfrentada a la cultura de la caza como vestigio de la tradición conservadora gala, la cinta de Forestier y Fourlon apenas se permite algunos excesos zoológicos (la embestida de un jabalí, la meada de un ciervo…) y algún que otro personaje con brillo propio (la agente inmobiliaria que interpreta Chantal Ladesou) como salidas imprevistas para una inocente guerra por el territorio y la modernización de las costumbres que termina en un consenso que sin duda hará las delicias del moderado Macron.