El pasado fin de semana tuvo que acudir la Policía a mediar a un recinto deportivo de la capital. No será la primera vez ni la última que las fuerzas de seguridad son requeridas en un partido. Igual de lamentable es que se produzca lío en un partido de sénior que en uno de alevín, pero llama mucho más la atención en el último caso. Nadie va a descubrir ahora la calaña que pulula por el mundo del fútbol, de los pocos ámbitos que no marginan a este tipo de gente, ya sea en la grada, en el banquillo o en algún cargo del club. Lo que no harían o no dejarían hacer en cualquier otro ámbito lo proyectan el fin de semana con el partido de turno, justificando esos comportamientos en decisiones arbitrales o técnicas.

Y si no es la última vez que la Policía tiene que acudir a un encuentro de alevines es tanto por la nula educación recibida por estos tipos sin cerebros ni valores como por la inacción de clubes y federación. Como quiera que no son precisamente niños de diez años los que montan el pollo, no se admite cualquier otra solución que no sea el castigo. Un severo castigo. No económico porque ya saben lo que ocurre con esta gente cuando se les toca el bolsillo y no tienen cómo pagar las multas, jugando con las cuentas del banco y demás. No. Como quiera que la justicia ordinaria también funciona como funciona, encarcelando a personas que se defienden en su propia casa de ladrones y negociando con separatistas para gobernar, deben ser las federaciones y los clubes los que tomen cartas en el asunto y actúan con hechos eso que pregonan sobre valores. El castigo no debe ser otro que prohibir la entrada a esta gentuza durante unos cuantos años. A ver si así por fin la suciedad va a la basura y en las instalaciones se respira un aire fresco del que disfrutar la gente educada.

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