Aniversario Monárquico

El Rey Felipe VI, en sus siete años de reinado, se ha labrado una imagen pública de fiabilidad notable

Ayer se cumplió el séptimo aniversario del acceso de Felipe VI al trono del Reino de España, un tiempo en el que se ha labrado, con una ejemplaridad no exenta de conflictos tanto familiares como institucionales, una imagen pública de fiabilidad notable. Se publica que casi el 80% de españoles aprueban su gestión y todo un 90% lo valora como un rey bien preparado para desempeñar el cargo lo que, teniendo en cuenta el inclemente entorno de este primer septenio de reinado, resulta muy meritorio. Quizá todo un hito histórico tratándose de un país donde el deporte nacional es el del abatir todo lo que suba o destaque. Un subproducto típico, otro más, de la envidia y la ignorancia. Pero además de congratularme por el evento y el aporte de estabilidad que la Corona ha reportado en este primer ciclo, querría significar la singularidad del ciclo mismo: siete años. Porque el siete, ya saben, no es un número cualquiera. Fue el número que simbolizó la organización del universo por los días que necesitó todo un dios para poner en danza este planeta irisado con siete colores entre otros siete planetas, girando sobre un sol; y siete las notas musicales sobre las que se alza la armonía, pero también, ay, siete son los pecados capitales que nos acechan los siete días de cada semana. El de la soberbia supremacista no es el menor de ellos. Número sagrado para los pitagóricos, siete son los años en que más rápido crecemos los humanos y otros siete, los que usamos en transitar desde una infancia vasalla del tacto hasta llegar a las orillas de la razón entre cuyo oleaje retozaremos, unos más traqueteados que otros, el resto de la vida. Así que consumado este primer período iniciático de reinado, con los índices de respaldo democrático que avalan una gestión bastante saneada, permitan hoy este modesto homenaje para nuestra monarquía parlamentaria, prestigiada por un rey solvente, intelectual y éticamente, bien sensibilizado de que su reino no es sagrado ni es de otro mundo, que es de éste y que requiere mucho talento y desvelo si aspira a mantener los actuales índices de fidelidad que hoy nadie le regalamos, sino que habrá de seguir asegurando a través de una gestión transparente, tributaria de la excelencia y la dignidad. Lo que no es poco, viniendo, como viene de quién en su juventud aspiraba a presidir la tercera república, desde el apego ideológico a la Ilustración y la Revolución Francesa.

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