¡Ay, dalay!

Ni el dalái se libra de las sombras, de las inimaginables o inesperadas conductas de respetables humanos

Mecano cantaba al dalái lama -"Nobel en la guerra / Nobel en la paz"- con ese reconocimiento que suele tenerse a los supremos dirigentes que, como en este caso, lo son espirituales y políticos: el dalái lama del Tíbet, si bien el actual ha renunciado a los cargos políticos y se ocupa de los espirituales y religiosos, en su exilio en la India, con su constante oposición a la violencia, tras la dura reacción y represión china, en 1959, ante el pretendido levantamiento popular de Lhasa, la capital del Tíbet. Un acontecimiento reciente ha puesto en entredicho, sin embargo, la generalizada consideración que el dalái recibe tanto de los más afectos a su causa o su credo -una variopinta legión de seguidores y prosélitos- como de los más dados al respeto sin adscripciones. Sacar la lengua a un niño y disponerla para invitar al pequeño a chuparla es una expresiva y bastante más que rechazable conducta, sea de Agamenón o de su porquero, si se admite la machadiana sentencia sobre la verdad -"La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero"-.

A veces, no pocas, las explicaciones o las disculpas, más que atemperar los hechos que sereconocen, confirman el desengaño de la sorpresa -si no es que la chulería repugnante de quien ha de darlas hunde todavía más en la ruindad cuando se evitan, como acontece con la humillante ofensa a los andaluces y a una devoción extendida, se comparta esta última o no-. En la cuenta oficial de Twitter del actual dalái lama, que es el XIV, «Su santidad desea pedir disculpas al niño y a su familia, así como a sus muchos amigos de todo el mundo, por el daño que sus palabras han causado. Su santidad a menudo toma el pelo a las personas que conoce de forma inocente y traviesa, incluso en público y ante las cámaras. Lamenta el incidente". El daño no son las palabras, sino las intenciones, y tomar el pelo, acción que puede ser menor, no lo es tanto cuando se hace, precisamente, con un menor y de esta repudiable forma. Budistas convencidos argumentan que la interpretación occidental no es pertinente, ante la entidad del dalái, que es un buda, algo así como un estado mental, mas no un dios. Todo es más fácil: ni el dalái se libra de las sombras o de las inimaginables o inesperadas conductas de respetables humanos. ¡Ay, dalái!

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