Yo soy así

Para que la tribu de los “yosoyasí” perviva tiene que haber a su alrededor un cortejo de codependientes

Los podcast, libros y azucarillos adalides de la autoayuda bombardean con un mensaje bastante común: “sé tu mismo”. Y claro, si ser uno mismo implica poder evolucionar y crecer sin miedo y con autoconfianza, pues es cierto que está muy bien. Pero hay ocasiones en que “ser uno mismo” resulta sumamente desagradable para los demás.

Veamos algunos ejemplos. Todos tenemos alguna conocida que presume de su gran honestidad. “Yo es que soy muy sincera”, suele decir la pájara. Y lo que sucede es que utiliza ese escudo para conducirse de modo impertinente, grosero e incluso agresivo. Si encuentras a alguien más gordo, más calvo o más desmejorado tal vez haya maneras más elegantes de preocuparse por un semejante que disparando a primera de cambio lo hecho polvo que lo encuentras. O mejor, te callas, que muchas veces es como más bonico se está.

También conocemos, seguro, a algún cabezón irredento que cree tener siempre la razón y no se bajan jamás del burro. Este prototipo mete la pata con una frecuencia variable pero luego es incapaz de dar su brazo a torcer, reconocer su error y pedir disculpas por ello. “Es que yo soy así”, asegura el tío. Y eso, por supuesto, lo justifica todo.

Para que la tribu de los “yosoyasí” perviva tiene que haber a su alrededor un cortejo de codependientes. Este término psicológico vendría a ser, en fino, el palmero de toda la vida. Los “yosoyasí” sobreviven porque a su vera tienen gente que justifica, admite y tolera su actitud. “¿Ay, has visto lo que le ha dicho María?, es tremenda… Es que ella es así…” O, en el otro ejemplo: “Pero si ya sabes que Juan es así, ¿por qué te enfadas?”. Y al final resulta que parece que la culpa es del que sufre la agresión.

Pues lo siento pero no. Los “yosoyasí” hacen gala de un comportamiento que no es sano, ni para ellos ni para su entorno. Generan importantes problemas en las relaciones ya que con ellos es difícil encontrar soluciones en situaciones conflictivas. Sufren de una falta de empatía grave porque no les importa el daño que su actitud o comentario provoca en el otro. Y por muy listos que parezcan en ciertos aspectos sufren grandes carencias emocionales que pagan con los demás.

Hace ya algunas décadas cantaba Alaska aquello de “ a quién le importa lo que yo diga. Yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré…” Pues vale, bonita, sé como te salga del alma pero a mí no te arrimes, porque no me da la gana.

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