República de las Letras

Bares, qué lugares

Panem et circenses, que decían los romanos: el pueblo vota contento si come y se divierte

Lo cantaba Gabinete Caligari en el 86: Bares, qué lugares / gratos para conversar. / No hay como el calor / del amor en un bar. Y yo mismo dediqué en 2011 mi relato SOLDADITOS DE PAVÍA a los bares y a las historias que en ellos se sucedían. Los bares, las terracitas, las cafeterías, los pubs, las tascas y tabernas -en el sentido actual, fino y señorito, no las de antes, de parroquianos semiborrachos y escupitajos-, son lugares de reunión y relajación, tomando una cerveza fresquita con una buena tapa de las que hay tantas en Almería -y gratis, lo que maravillaba no hace tanto a madrileños y catalanes visitantes- y manteniendo conversaciones triviales, bromas de más o menos gusto o arreglando el país en un pis-pas acodados en el mostrador, en un titánico ejercicio de levantamiento de vidrio en barra fija, como se decía en aquellos años. Y Gabinete dio en el clavo. Entre los bares, esos lugares maravillosos, y que la culpa fue del cha-cha-chá, en los ochenta nos permitíamos el lujo de "pasar" de la política -"yo passso de política, tío, decían los que ahora son populistas de derechas y fascistas- y dedicarnos a lo que prometía ser un mundo feliz después del golpe de Estado de Tejero. Con su peculiar timbre de voz, Jaime Urrutia -un antiguo estudiante de filología semítica-, el cantante de Caligari, invitaba a un hedonismo nada epicúreo, a una fiesta constante, a una arcadia feliz radicada en las barras y las terrazas de los bares. Era el nuevo carpe diem de la modernidad en la movida madrileña. Y ha sido, treinta y cinco años después, esa misma, digamos, "filosofía" social, la que ha ganado las elecciones en la capital de España.

Panem et circenses, que decían los romanos. El pueblo, contento si come (hacen negocios unos, sobreviven otros) y se divierte. Es la más auténtica, fría y pertinaz filosofía que el Hombre ha discurrido desde los principios de su historia. Y con resultados incontrovertibles, a la vista de lo sucedido. Y es verdad, no nos gusta que nos restrieguen a cada paso cuánto nos roban unos, cómo han dejado morir a los ancianos en las residencias de Madrid, cómo otros van a eliminar nuestras libertades en cuanto puedan y cómo a algunos les fallaban las vacunas para contrarrestar la pandemia. Ahí pagó el pato el coletas, a pesar de su gesto de autenticidad política. Y es que, entre tanta mascarilla y tanta restricción, quien abre los bares, gana.

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