Benedictus

Beethoven es, acaso, el artista europeo más significativo de la cultura del individuo

Recién llegado de Renania del Norte, mientras escribo esta columna escucho una monumental y expansiva versión de la Missa Solemnis de Beethoven, dirigida por un octogenario Otto klemperer en 1965, una grabación histórica al frente de la New Philarmonia Orchestra que muestra toda la grandiosidad y complejidad de esta obra, auténtico testamento del compositor. Adquirí el CD anteayer, en la tienda de la casa natal de Beethoven; una visita en la que, acompañado de mi familia y un grupo de amigos de Huércal-Overa, me reencontré de nuevo, de forma emocionada, con uno de mis faros vitales. No soy dado a los fetichismos o mitificaciones, y menos a los de cariz histórico, pero reconozco que la experiencia es deslumbradora y poderosísima, muy emotiva. Dirigimos nuestros pasos, tras dejar el tren que nos llevó desde Dortmund a Bonn, hacia la Bonngasse 18, dirección exacta de la Beethovenhaus. Bonn vive estos días su anual Beethovenfest con cientos de conciertos por toda la ciudad y calienta motores para el Beethoven 2020, que conmemorará por todo lo alto los doscientos cincuenta años del nacimiento de su hijo más preclaro. Durante el paseo hacia la Beethovenhaus, al pasar por la Munsterplatz nos acoge el monumento decimonónico que la ciudad erigió al gran compositor. Una pianista, también en plena calle, interpreta maravillosamente la Sonata Patética. En esta ciudad todo conduce a Beethoven; poder contemplar este profundo respeto y orgullo por su ciudadano insigne pone los pelos de punta. Este ejemplo de veneración por la cultura del individuo, de un individuo llamado Ludwig van Beethoven, representa la esencia de la mejor Europa moderna, que abandona la incultura y mira esperanzada al futuro. Beethoven es, acaso, el artista europeo más significativo de la cultura del individuo, una cultura que enterró, desde la caída del Antiguo Régimen, todos los mitos de la cultura de la tribu. Por el contrario, pienso en nuestra triste España, pedregal de necios eternamente enfrentados en las disputas, ridículas, de sus distintas tribus; un país en el que no cabe un tonto más. Suena ahora -con su inmortal violín solista que se eleva al infinito-el Benedictus de la Missa. El recorrido de la casa acaba en la última habitación de la buhardilla, pequeña y modestísima, con ventana a un jardín trasero. Allí, sobre un suelo de madera que cruje sobremanera al pisarlo, nació el 16 de diciembre de 1770 Ludwig van Beethoven. Bendito sea.

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