CLASICISMO PICASSIANO

Durante gran parte del siglo XX se fijó dogmáticamente a Picaso como paradigma de lo moderno e innovador

Fascinante resulta hoy, a estas alturas del cuento, el ejercicio de la pintura, pues el concepto de modernidad, tal cual se entendió oficialmente en buena parte del siglo XX, está pulverizado y carece de sentido. Con la distancia que el tiempo nos otorga ahora, tenemos toda la historia de la pintura como un lugar de referencia para el estudio y disfrute de los grandes clásicos, lo que incluye a los más importantes artistas de las vanguardias históricas de la pasada centuria y a todos los grandes que les precedieron hasta remontarnos al pintor de Altamira. Para el verdadero pintor de hoy, por ejemplo, Picasso, Goya, Velázquez o el Greco están en un mismo plano de clasicismo o modernidad -que para el caso es lo mismo- y constituyen un fascinante banco de pruebas y una referencia sobre la que asentar los fundamentos de cualquier aventura pictórica personal. Durante gran parte del siglo XX se fijó dogmáticamente a Picasso como paradigma de lo moderno, el artista innovador-destructor incesante, olvidando muchas veces cuáles eran sus referentes -evidentísimos- en la tradición y en el arte antiguo o primitivo.

Se otorgaba así una alta consideración al deslumbramiento que causaba lo que en apariencia era nuevo. En una fecha tan temprana como 1966, el crítico Greemberg ya pontificó en un célebre artículo de Artforum la defunción creativa de Picasso con posterioridad al Guernica. Para este crítico, a finales de los años treinta, Picasso estaba agotado y su obra carecía de interés; ya no era un autor de vanguardia porque no había innovado nada con posterioridad a esa fecha y se copiaba a sí mismo. Y aunque es cierto que, a diferencia de otros grandes clásicos como Rembrandt o Goya cuyos finales fueron gloriosos, Picasso tuvo un fin que en conjunto no estuvo a la altura de su obra anterior, el tiempo no le ha dado la razón a Greemberg. Picasso posee, en todas sus épocas, una buena nómina de obras brillantísimas y desde nuestra perspectiva es ya uno de los grandes clásicos. Pero hoy nos acercamos a él como podemos hacerlo con Caravaggio o Giotto porque ya no es posible la novedad pictórica -al menos entendida como algunos gurús pretendieron- más allá de la calidad y autenticidad de la voz y mundo propios de cada autor. Y en todo caso así fue siempre, en realidad, aunque los pontífices de las impostadas modernuras pretendieran en todo tiempo y lugar la eliminación de lo inmediatamente anterior.

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