Capitalismo de vigilancia

El capitalismo de vigilancia tiene como elaborada mercancía el tratamiento de datos personales y vitales

El capitalismo es objeto constante de críticas diversas, unas sostenidas en análisis y argumentos con criterio y otras debidas a sectarismos banderizos, cuando no formuladas con el seductor atractivo de la simplificación. Por eso no solo resultan discutibles algunas de esas desavenencias, sino que el propio capitalismo, digamos industrial, se las ve con otras formas de economía social basadas en la vigilancia. Tal es, entonces, el capitalismo de vigilancia.

La propiedad de los medios de producción, la influencia decisiva de los mecanismos regulatorios del mercado, las plusvalías y los intereses del capital, son propios de ese capitalismo más convencional. Incluso se llama capitalismo de estado al sistema, a la vez económico, político y social, en el que los medidos se producción se ponen bajo el control del estado. Aunque se utilice el calificativo de "público" para atenuar el intervencionismo estatal o limitar la autorregulación, no pocas veces en exceso lucrativa, de la economía de mercado. Pues bien, el capitalismo de vigilancia no necesita trabajadores y consumidores, la producción es imperceptible y los beneficios no se aprecian. La mercancía, además, no es otra cosa que información y datos personales, tratados con complejos algoritmos, que se ofrecen a la compraventa con distintos fines. Entre los que figuran imponer visiones, modos de actuar, patrones de comportamiento y pensamiento, incluso posturas ideológicas. Para ello, el mayúsculo cebo de las aplicaciones y redes informáticas de acceso gratuito, con efectivos y desapercibidos recursos que procuran tanto la fidelización como la adicción, convierte a los usuarios en productos. Los televisores y teléfonos "inteligentes" -"smart" como señuelo- o los servicios personalizados son potentísimos, universales y valiosos captadores de datos brutos que se transforman en elaborada y valiosísima mercancía. Las redes de internet y las tecnologías informáticas utilizan, de ese modo, las vidas humanas, con aplicaciones y servicios gratuitos que facilitan un descomunal registro de experiencias vitales. Ya que los usuarios se hacen mano de obra y el negocio digital es realizado por medios de producción -redes y aplicaciones universalmente conocidas y empleadas- casi en régimen de monopolio.

Al cabo, el capitalismo de vigilancia ofrece al mejor postor predicciones basadas en registros de datos personales o condiciona las experiencias, y los consumos, vitales.

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