Todos somos Chomsky

El político debe ser ejemplar antes de predicar con el ejemplo propio o ajeno. La legitimidad hay que merecérsela

Hay una expresión reciente en la vida política española que me ha llamado mucho la atención y que resume la deriva de la casta. Es la siguiente: "Todos nos creemos Noam Chomsky". Esta expresión denota ante todo sofismo; parece haber sido utilizada para crear una tendencia de opinión a través de ciertos argumentos encubiertos, en lugar de ser irónica como pudo haber sido concebida originalmente. A mí me da la impresión de que parece revertir una falsa modestia. No obstante si fuese cierta, si en efecto fuera irónica, sería aún peor. El perfil del político dibujado en ese contexto seria mediocre. Y lo seria porque se mostraría como un estratega de salón de póker, de partida de mus, de partida de ajedrez, y no como una persona comprometida con su pueblo. Es decir, definiría a un político que utilizaría recursos intelectuales para la manipulación, lo contrario de lo que predica Chomsky. En un caso u otro Noam Chomsky ha sido mal utilizado. La pulcritud de su pensamiento como politólogo está muy por encima del contexto al que se ha referenciado. Habría un desnivel. E imagino lo que diría Chomsky si llegara a descubrir su mal uso. Diría que políticos como estos son del todo innecesarios. Se acordaría de Bélgica y de los 541 días que estuvo sin ejecutivo y como eso mejoro económicamente al país. También le vendría a la cabeza al libro de Saramago "Ensayo sobre la lucidez". Y nos contaría la sinopsis: en un país se produjeron sucesivas elecciones donde siempre se obtenía un masivo voto en blanco. Eso provocó que la gestión pública fuese realizada solo por la administración demostrando la inutilidad de una clase política. Saramago exponía que los intereses de los partidos no eran los mimos que los de una buena gestión y mucho menos aun que los del pueblo. La clase política aparecía como una clase oscura. A fin de cuentas Noam Chomsky vendría a decir que hacer politología o hablar de ello no está al alcance de cualquiera. No lo está aceptar que existe una contrainformación en el aparato de cada partido, un uso de la información malintencionado. Tampoco que el intelectual tiene una responsabilidad y no una oportunidad con su entorno. Diría tal vez que la legitimidad de una persona no se otorga de forma arbitraria, eso hay que ganárselo o merecérselo. Y el político aún más. Debe ser ejemplar antes de predicar con el ejemplo propio o ajeno.

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