Contingencia inaudita

Que una ballena se trague a un buzo deja de ser una contingencia previsible para convertirse en algo inaudito

L AS contingencias, las posibilidades abiertas, acaso inciertas, de que algo pueda suceder o no, resultan, al cabo, situaciones normales. En Amanece que no es poco, película dirigida por José Luis Cuerda, autor asimismo del surrealista y humorístico guion, los vecinos de un pueblo aclaman a su regidor proclamando algo así como: "Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario". En este caso, se acerca lo contingente a lo prescindible. Pero, sin despistarnos de la contingencia un tanto azarosa, sostener que no sabemos lo que puede ocurrirnos es bien distinto de asumir que puede pasarnos cualquier cosa. En definitiva, se acepta la posibilidad de que algo suceda o no, sin que con ello se dé por normal lo extraordinario.

¿A cuento de qué este exordio? Pues a propósito de la ballena que casi se traga a un buzo en una playa de Sudáfrica. Nunca pensaría este experimentado submarinista que la contingencia pudiese llevarlo a las fauces de un cetáceo, acostumbrado a filtrar un mayúsculo volumen de agua para saciarse de plancton y de crustáceos diminutos, sin guardar apetito para zamparse a un buzo despistado. Lo extraordinario quitó entonces normalidad a las opciones menos inauditas de la contingencia y el sucedido se ha hecho insólito. Jonás, profeta veterotestamentario, tras recibir de Yahveh la difícil encomienda de predicar en Nínive, decidió alejarse embarcándose con rumbo contrario. Pero los tripulantes, ante la furia repentinamente desatada en las aguas, sospecharon del mal fario de Jonás, este reconoció la desobediencia a su dios, pidió que lo arrojan al mar para así calmar la ira divina y la tempestad cesó, con el profeta engullido por una ballena hasta que, tras orar con arrepentimiento a Yahveh, fue vomitado a tierra seca tres días después.

El buzo sudafricano no cumplía misión divina alguna, sino que fotografiaba tiburones, delfines, pingüinos, alcatraces y cormoranes, ávidos todos de saciarse con sardinas. Tampoco tendría cerca a Pepito Grillo para que le pellizcara la conciencia, ni había de ganar méritos, como Pinocho rescatando a Geppetto del vientre de una ballena, para que el Hada Azul lo hiciera renacer como niño humano en lugar de marioneta. Sin embargo, quizás preso del síndrome de Estocolmo, el buzo, pronto escupido por el cetáceo, dice, sin dudarlo, que, si volviera a nacer, le gustaría hacerlo como ballena.

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