La cuarta pared

Cuenta conmigo

Lo mejor de todo era que lo que pasaba era exclusivo e irrepetible, solo pudiendo ser revivido en el propio recuerdo

En estas tórridas tardes veraniegas, en las que las duras horas de la sobremesa obligan a refugiarse en la sala menos cálida de la casa con las persianas bajadas tamizando la menor entrada posible de luz, me transportan a la infancia.

Eran veranos muy distintos. En el campo, y sin mucho que hacer más allá de ir a apedrear vacas o a recorrer los tejados de los pajares y establos procurando no soltar las tejas… o más bien procurando que nadie viera el estropicio. Se vivía a otro ritmo. No había ni teléfonos móviles, ni internet, ni mucho menos redes sociales. Esto a los nacidos en el siglo XXI les resultará inconcebible, pero en aquella época, la mayor parte de las cosas memorables que uno hacia solo quedaban impresas en las propias retinas o en las de los compañeros de vivencia. Hoy día, tenemos la necesidad de hacer partícipe a la comunidad mundial que nos rodea y que vive pendiente de nuestra intensa vida, de que el helado de avellana que hemos comido combina perfectamente con el tono de nuestra piel, sobre un precioso fondo del mar mediterráneo. #detardeosummertime.

Echo de menos esa época sencilla y rutinaria, pero llena de momentos espontáneos y de ocasiones especiales que convertían el verano en curso, en el mejor de todos los vividos hasta el momento. Y lo mejor de todo, era que lo que pasaba era exclusivo, irrepetible y solo revivible en el recuerdo propio y en las conversaciones con los compañeros de aventura, que daban para más de una tarde a la sombra de risas y carcajadas.

Y recuerdo todas esas vivencias en una casona de muros gordos con docenas de capas de pintura, con un suelo de madera desgastada que crujía al andar y con un desván abuhardillado lleno de trastos de otro tiempo cubiertos con sábanas roídas que era una fuente inagotable de aventuras de exploración y búsqueda de tesoros.

Arquitectura vernácula de tiempos pretéritos que afortunadamente parece que en los últimos tiempos ha captado el interés de las nuevas generaciones de arquitectos, que han parecido redescubrir el valor de lo cotidiano, silente y sencillo de un mundo rural que ha pasado unas décadas denostado y olvidado por la vorágine de la vida urbanita, tecnológica y digital. Blancos encalados, ladrillos recuperados, piedra y cantería tosca o persianas enrollables de tablilla rinden hoy tributo a aquella época que a muchos nos evoca las vivencias de nuestra vida.

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