República de las Letras
Agustín Belmonte
Prólogos
No sé en qué punto de la vida, uno toma conciencia de que está de paso, y de que si o sí, el contador de la vida avanza de forma implacable hasta ese momento que va a llegar, nos pongamos como nos pongamos. Algunos filosofan sobre si este singular evento es un instante predefinido y trazado por el destino universal, y otros divagan sobre si el libre albedrío de cada cual gobierna el rumbo de su vida con la toma de decisiones. En cualquier caso y sin perderme en sesudas disquisiciones metafísicas, lo que tengo claro es que hasta hace relativamente poco yo era de los que pensaban que morirse, se morían siempre los demás. Era algo absolutamente absurdo para mi el pensar que yo también tendría fecha de caducidad y mi sitio reservado en el contenedor de reciclaje de materia y energía. Ya sabéis, la chorrada esa de que somos polvo de estrellas y que volveremos a ser con el tiempo material para los astros que están por nacer.
¿Y a qué viene esto? Pues resulta que el otro día se celebró un acto de homenaje y reconocimiento a los arquitectos que cumplían nada más y nada menos que 50 años de ejercicio profesional. Ahí es nada. Resultó ciertamente emocionante el ver a un reducido grupo de venerables profesionales recibir el cálido homenaje de sus compañeros en un acto solemne y en un enclave histórico y singular. A la finalización de la entrega de las insignias de oro, el más veterano de los homenajeados tomó la palabra en representación de todos ellos e hizo una reflexión que me dejó marca.
A parte de su encendida y sincera defensa de la profesión, de la arquitectura, el urbanismo, la institución colegial y el compañerismo, con una buena carga de sana y pertinente autocrítica colectiva, al final de su reflexión contó la anécdota de que, en un viaje de vuelta en avión desde Buenos Aires, al entrar en la península de noche a unos 40.000 pies de altura, le llamó la atención una gran mancha urbana iluminada que destacaba sobre la oscuridad. “¡Anda!, Si esto es Costa Ballena. Esto lo parí yo.” A lo largo de sus 50 años de profesión ha proyectado miles de viviendas y edificios en los que miles de personas viven, y ha diseñado incontables calles y espacios urbanos que se perpetuarán, algunos de ellos hasta el fin de los días.
Pocas profesiones le dan a uno la oportunidad de engañar a la muerte, y esta es una de ellas. Mi más sincera enhorabuena a los jóvenes homenajeados.
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