La cuarta pared

Menos es menos cuando no es más

Nadie compra un cuadro de cierto valor, para de vez en cuando darle alguna pincelada de retoque

La forma, ¿obedece a y es consecuencia de la función, o por el contrario ha de ser un fin en sí mismo? Esta dicotomía ha suscitado debate en la arquitectura desde tiempos inmemoriales, con sonoros enfrentamientos intelectuales entre defensores y detractores de cada posición.

La arquitectura es una disciplina artística algo especial. El arte por el arte es perfectamente defendible en disciplinas como la pintura, la escultura, el cine, la literatura o la música por mencionar algunas. Estas artes pueden servir a un fin concreto y responder a un criterio funcional determinado, pero también pueden ser totalmente libres y desligadas de cualquier atadura más allá de los límites que imponga su materialización. Diría que es algo incuestionable. Pero este extremo en arquitectura, rara vez se da. La arquitectura sirve a un fin determinado y concreto, generalmente con un coste importante y que para bien o para mal, dejará una impronta en el lugar por un periodo de tiempo que se prolongará décadas o siglos. Además, el objeto arquitectónico será con una altísima probabilidad transformado y alterado a lo largo de su vida por sus dueños, propietarios o usuarios. No conozco a nadie que compre un cuadro de cierto valor, y que de vez en cuando le de alguna pincelada de retoque… para modernizarlo un poco. A mediados de los años 50 del pasado siglo el post modernismo desarrolló un afán por la forma en sí misma y por el ornamento. Tal vez esto vendría motivado como un efecto rebote tras décadas de movimiento moderno en los que la función se impone a la forma derivando en un estilo descarnado, frío y sobrio que vino a llamarse “estilo internacional”. Se pasó del “menos es más” de Mies Van der Rohe al tinglado decorado de Robert Venturi en un abrir y cerrar de ojos. En mi opinión ambos extremos tienen grandes ejemplos de lo mejor y de lo peor que la arquitectura con mayúsculas ha legado a la posteridad, y puede que lo más sensato sea mojarse poco y tomar la posición equidistante de ni sí, ni no, sino todo lo contrario.

Pero me voy a mojar. Con carácter general, soy de los que piensa que la función manda y que la forma ha de ser consecuencia de esta. La mejor arquitectura es la que logra alcanzar el genio creativo sin retorcerse para auto contemplarse. Y aquí entran desde el tinglado decorado de pan de oro, hasta ese artificioso minimalismo que se disfraza de funcional.

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