Cultura general

Entre la cultura general y la resistencia cultural está la concesión de la nacionalidad o una afirmación excluyente

La cultura general alude, principalmente, a un conjunto de conocimientos básicos que predisponen o facilitan un aceptable desenvolvimiento personal y social de quienes los adquieren. Buena parte de ese dominio cultural se refiere a aspectos, relevantes pero también ordinarios, que dan identidad o características propias a la sociedad donde se convive en una integración razonable y armoniosa. Por eso, para conceder la nacionalidad a un extranjero, se hace necesario constatar tal grado de integración a partir de la cultura general sobre el país en que quiere afincarse. Así ha ocurrido, sirva de ejemplo, cuando un marroquí solicitó, ante el Registro Civil de Almería, hace ya más de cuatro años, la nacionalidad por residencia, después de diez años viviendo en España. En esos cuatro años que transcurren desde la presentación de la solicitud se han adoptado dos resoluciones negativas: una del Director General de los Registros y Notariado y otra posterior de la Audiencia Nacional. Se argumenta, para ello, que el marroquí recurrente desconoce quién es Susana Díaz, la presidenta de la Comunidad Autónoma de Andalucía, donde reside, además de otras cuestiones de esa cultura general adelantada: qué es la Constitución española y qué valores realza, cuándo se celebran elecciones en España y a qué edad puede votarse, cómo es el sistema político, qué son los partidos políticos y los sindicatos, qué mares y océanos dan con sus aguas en el litoral y cuáles son los límites geográficos de España, cuáles son las costumbres propias del país, qué es el divorcio o si España es o no un Estado aconfesional. Además de advertirse un insuficiente conocimiento y uso del idioma español, como recurso principal de integración y relación social. Podrá discreparse, entonces, de la naturaleza o detalle de la cultura general solicitada para acreditar y conceder la nacionalidad, porque algunas cuestiones dejarían en evidencia a no pocos autóctonos un tanto desnortados; pero la cuestión mayor lleva a preguntarse por qué, después de diez años, un marroquí afincado en estos lares patrios -sin intención de provocar repelucos soberanistas- no dispone de conocimientos que debieran ser adquiridos, casi de modo natural, si no fuese por una incapacidad personal, que parece inexistente, o una resistencia cultural -ya no general sino casi atávica- afirmada de modo excluyente, aunque se solicite la nacionalidad en un registro.

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