En mi último artículo hablaba de las relaciones sociales y la degradación que sufría el intercambio de ideas en los distintos foros, donde no se respira el menor ápice de concordia y si por el contrario de enfrentamiento, donde tampoco se esgrimen argumentos y se pone en entredicho la palabra España, donde el independentismo sigue negando que haya democracia, donde la ley establecida se somete al criterio de mesas de diálogo y en definitiva sufrimos un proceso de desvertebración territorial, que mucho me temo que sea tarea fácil del ejecutivo salir del atolladero en que se ha metido; esta descentralización del Estado actual es una consecuencia de la crisis del modelo instaurado en 1978, estando en la actualidad presionado por un revisionismo que amenaza con la secesión territorial, buen ejemplo de ello es Cataluña y su pretensión separatista de desvincularse del resto de la nación. Y es que al contrario de lo que se piense, esta desvertebración del territorio Constitucional, ha servido para que algunas autonomías regidas por bases institucionales y políticas, reten al Estado con pretensiones soberanistas. No olvidemos que la estructura de España se reconoce a través de su artículo 2, que garantiza el derecho a la autodeterminación de todas sus regiones, bajo el epígrafe de nacionalidades de la nación española, nacionalidades, que tras la elaboración de la Constitución, algunas fuerzas políticas pusieron en duda, afirmando que eran naciones; incluso, uno de los padres de la Carta Magna, el insigne abogado Miguel Roca, mostro sus dudas sobre cómo había que denominar a las autonomías, polémica que se saldó definiéndolas con el concepto: "nacionalidades"; que no solo contemplaba la unión del territorio, sino, el sentimiento común de todos los españoles; algo cuyo sentido moderno nace en la segunda mitad del XVIII, tanto como concepción política-cívica, como conjunto de ciudadanos en los que reside la soberanía nacional, que además viene definida por una lengua, por raíces histórico-culturales y por una raza; forjándose de espíritus diferentes, luego el debate injustificado de Esquerra Republicana, queriendo independizar de España a Cataluña, con su cultura, economía y sociedad, no está justificado; es la Ley la que justifica las normas que quedan plasmadas en la Constitución. Ante estos hechos, me propongo reflexionar sobre la desvertebración de España, sobre la crisis del Estado de las Autonomías y he llegado a la conclusión que este proceso de descentralización se inicia en Europa a partir de la Segunda Guerra mundial, el famoso difícil político de Europa del que tanto se habla, no es otro que la necesidad de iniciar caminos centralizadores, caminos en los que el virus de la política deje paso a un proceso democrático y centralizado hacia un horizonte federal.

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