¿Endogamia universitaria?

¿Endogamia? Sí, entre los Grandes de España, que no dejan de serlo, al amparo la mismísima Constitución de 1978

Al albur de una reforma de la ley que rige nuestras universidades, mucho se vuelve a hablar de la endogamia universitaria como uno de los muchos males que nos aquejan como institución.

Lo primero que me sugiere esa crítica es cómo se usa como martillo de herejes desde ámbitos que entienden la libertad de las instituciones sólo desde la privatización de las mismas. Curioso, porque el acceso a una plaza universitaria es muy distinto en un caso y en otro: en el caso público, no es precisamente ausencia de carrera universitaria lo que hoy define a nuestros colegas que se van incorporando, a cuenta gotas, sino la ausencia de presupuestos institucionales suficientes que garanticen la adecuada financiación de estas incorporaciones. En el caso privado no se columbra nada parecido. La posible y supuesta endogamia ha de descubrirse en cómo los diferentes grupos de investigación incorporan a las personas según su desarrollo profesional. Y aquí hay algo que todo hijo de vecino comprende claramente: no formamos a nuevos investigadores para que, una vez consolidada su capacitación académica, no tenga el respaldo de una capacitación profesional que consolide a esa persona investigadora en el entorno social en el que ha vivido, si esa es su aspiración.

Por tanto, lo que sí que habría que incorporar es una vía de "fichajes" que facilite la incorporación de investigadores de proyección contrastada, que puedan aportar un valor añadido a nuestras instituciones universitarias. Estas incorporaciones estratégicas han de estar incardinadas a la función social de la universidad en la sociedad. Los tímidos intentos de creación de cátedras al albur de iniciativas empresariales no son suficientes: han de ser apuestas sinérgicas entre las administraciones públicas y las universidades públicas. Por tanto, nada parecido al intento obsesivo de la Junta de creación de universidades privadas, fuertemente contestado por los rectores recientemente.

La endogamia, una vez estudiado el problema con más detalle, yo sí que la veo en familias de toreros que lo siguen siendo; de cantantes que no dejan de cantar por más que desafinen; de Grandes de España, que no dejan de serlo, al amparo la mismísima Constitución de 1978. Por tanto, sí, hay males que aquejan a la Universidad española. Y el primero es que no creen en ella quienes tienen la obligación de velar por ella y dotarla de la financiación adecuada.

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