Enemigos de lo correcto

El mal se sirve también de personajes secundarios que resultan esenciales para que el daño se expanda

Tengo la convicción de que hay siempre una vocecilla que nos advierte de que estamos haciendo algo mal. A veces no queremos rendirnos ante ella y entonces intentamos acallarla o incluso debatirle argumentando nuestra actuación. La mayoría de las veces le planteamos un escenario maquillado sacando fuera de escena a los elementos más incómodos. Pero ni por esas. La vocecilla sólo te dice: "no me importa, lo has hecho mal". Y si esta suerte de Pepito Grillo siempre está presente en nuestras conciencias ¿por qué a veces triunfa el caos?

La primera razón y más obvia es porque existen las malas personas. En aquel combate figurado entre el bien y el mal, que referíamos la semana pasada, hay quien fortalece su parte más oscura dejando que esta se alce victoriosa.

Pero malos, malos de verdad no hay tantos. Así que para tener éxito se valen de personajes más grises pero esenciales para que el daño se expanda. Hay, en mi opinión, dos perfiles básicos. De un lado tenemos al miserable. Estos personajillos serpentean entre el bien y el mal intentando beneficiarse de ambas posiciones. En realidad son siempre parásitos que se aprovechan del huésped que los acoge pero los malvados tienen una habilidad especial para conseguir que sirvan a sus intereses. Se caracterizan porque suelen rehuir la confrontación abierta y todos sus movimientos vitales responden a una única pregunta: "¿qué me conviene más?". La miseria humana es inmanente al miserable. Todo aquel que intente hacer el bien sentirá lástima alguna vez del miserable pero no nos debemos equivocarnos. El miserable se arrastra por decisión propia. Él es el único responsable de sus actos.

De otro lado tenemos al cobarde. Este también resulta una pieza clave en los planes de la mala gente. El malvado coaccionará al cobarde hasta que sea afín a sus intereses. A diferencia del miserable el cobarde lo pasará mal porque suele tener claro cuál es el lado correcto pero no se siente capaz de apoyarlo. Los cobardes tienen cierta posibilidad de redención; en algún momento pueden ser capaces de sorprender con una acción consecuente con sus pensamientos. Pero cuanto más flagrante sea su acto de cobardía más se alejará del lado correcto.

Así, unos y otros, son auténticos enemigos de lo correcto, verdugos que, por acción u omisión, decapitan cada día a la virtud. Porque el miserable nace, el malvado se hace y el cobarde… Ese se deshace.

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